28 de octubre de 2016

Una cumbre para el futuro.


Los días 28 y 29 de octubre se celebrará en Cartagena de Indias, Colombia, la XXV Cumbre Iberoamericana de jefes de Estado y de Gobierno. Hay por lo menos dos razones importantes para defender la continuidad de las cumbres iberoamericanas. En primer lugar, se trata de un foro multilateral al más alto nivel, que da a los líderes de la comunidad iberoamericana la oportunidad de conocerse y discutir cara a cara sobre los temas que preocupan a todos. Ese contacto personal ayuda a aclarar discrepancias, poner en común ideas y establecer vínculos de confianza. En política, la confianza es esencial: son muchos los ejemplos de problemas complejos resueltos o agravados por su presencia o ausencia.

Pero además, las cumbres iberoamericanas son un foro estable. Hace sólo unos días, con motivo de la Reunión Iberoamericana de Ministros de Ciencia, Tecnología y Educación, la secretaria general iberoamericana Rebeca Grynspan destacaba que no hay muchos ejemplos de diálogo ininterrumpido a nivel presidencial durante 25 años. Así es: la comunidad iberoamericana lleva un cuarto de siglo con el canal de comunicación abierto al más alto nivel, y ello pese a que las crisis económicas, los avatares políticos, los desencuentros ideológicos y los cambios radicales que la globalización ha traído al mundo entero no siempre han puesto fáciles las cosas. Por compleja que haya resultado en ocasiones esa vecindad, mantener abierto el canal durante tanto tiempo ha permitido suavizar muchos desencuentros, y eso tiene un gran mérito.

La segunda razón por la que defiendo la celebración de estas cumbres tiene que ver con su contenido, que va más allá de su declaración final. El hecho mismo de reunirse impone la necesidad de escoger un tema que se convierte en leitmotiv de la cumbre, y sobre el cual se reflexiona durante el encuentro. De este modo, la proximidad de cada cumbre obliga a realizar un análisis de las realidades presentes y a identificar problemas, retos y oportunidades de cara al futuro. En ausencia de una ocasión concreta que apremie a llevar a cabo ese ejercicio analítico, probablemente se impondría el business as usual de las necesidades nacionales inmediatas de cada país y perderíamos la oportunidad de hacernos colectivamente las grandes preguntas, esas para las cuales es precisa una cierta cantidad de visión histórica, y que al final alumbran los proyectos relevantes a medio y largo plazo.

La XXV Cumbre Iberoamericana ha elegido un lema —Juventud, emprendimiento y educación— que responde a ese principio de visión histórica, al resumir en tres palabras varias cuestiones pendientes del mundo de hoy y sus posibles respuestas de cara al día de mañana. Algunos de los problemas más acuciantes tanto en Europa como en América Latina son el envejecimiento, el impacto social y laboral de la crisis económica, y los problemas derivados de la desigualdad y la falta de cohesión social, en Europa debidos al retroceso del Estado de Bienestar, y en América Latina a que el Estado social no ha llegado a echar raíces ni siquiera en los países con rentas medias. Éstos no son nuestros únicos retos, pero tienen carácter sistémico, efectos a largo plazo y soluciones que no son inmediatas. Empezar a ponerles remedio requiere de iniciativas estratégicas que seleccionen correctamente el colectivo y las áreas de actuación en las que centrarse.

Ahí está la importancia del lema escogido para la cumbre de este año. Los jóvenes son el colectivo estratégico por excelencia. Y sin embargo, el impacto de la crisis económica está siendo especialmente duro para ellos, en forma de paro, bajos salarios y falta de oportunidades. Esta situación frustra sus perspectivas vitales: ante la incertidumbre laboral y la falta de independencia económica, no pueden tomar decisiones que impliquen planificación, desde la inversión en vivienda u otros bienes a la formación de una familia, y cada vez les resulta más remota la esperanza de disfrutar un día de una pensión de jubilación. Esta frustración tiene una contrapartida política, ya que rebaja sus expectativas respecto al sistema y erosiona su confianza en él. Y esto resulta preocupante, a la vista del auge de los populismos de toda índole, que se nutren precisamente de este tipo de sentimientos.

El círculo vicioso de la falta de oportunidades para los jóvenes tiene dos puntos débiles. Por un lado, la educación, que es el mayor motor de igualdad que existe. Un joven con buena formación multiplica exponencialmente sus opciones de encontrar un empleo incluso en un entorno de crisis. Educación básica, educación universitaria y formación continua, ahí deben centrarse los esfuerzos de la comunidad iberoamericana si quiere empezar a desarrollar una estrategia que ataque simultáneamente el paro, la desigualdad, el envejecimiento poblacional y hasta el descontento político. Se trata además de un instrumento de pre-distribución, que ataja la falta de oportunidades de los jóvenes antes de que se produzca. Por eso es crucial ponernos ya manos a la obra.

Por otro lado, hay que crear un entorno propicio para el emprendimiento y el autoempleo. La economía actual demanda profesionales con creatividad e iniciativa propia, menos dependientes del empleo por cuenta ajena, y más capaces de poner en marcha sus propios proyectos. Pero también demanda de los Estados que faciliten las cosas a quienes tienen ese impulso facilitando su financiación, disminuyendo las trabas burocráticas a la creación de empresas, favoreciendo la digitalización de la economía y de las administraciones públicas y premiando los esfuerzos de los emprendedores. Ofrecerles a nuestros jóvenes esas ayudas es darles una herramienta más para ser dueños de su propio futuro, y es también ayudar al desarrollo de una economía más dinámica para nuestros países.

Por todo ello, considero que efectivamente hablar de jóvenes, educación y emprendimiento en la XXV Cumbre Iberoamericana es una buena manera buscar soluciones colectivas a problemas que ya tenemos en común, y de hacerlo mirando al futuro. Last but not least, hacerlo en Cartagena de Indias es una manera más de optar por el futuro. El futuro de una Colombia en paz, que todos deseamos y toda la comunidad internacional respalda, como se evidenciará sin duda durante la cumbre.

Publicado en "El País" 28/10/2016

22 de octubre de 2016

Entrevista "El Pais" 22/10/2016


Cuando el PSOE se ve en dificultades y siente la necesidad de explicarse mejor cara al exterior, siempre acaba por echar mano de Ramón Jáuregui (San Sebastián, 1948). La comisión gestora le ha nombrado presidente y portavoz de los socialistas en el Parlamento europeo. Estos días, sin embargo, los destinatarios de su mensaje son en primer término los militantes y los votantes de su partido.

Pregunta. ¿Y ahora cómo se explica a una militancia exacerbada las bondades de la abstención?

Respuesta. Remando aguas arriba, eso es evidente. Pero trasladando a la vez unos argumentos políticos contundentes. Primero, por responsabilidad democrática. Si no eres capaz de presentar un Gobierno alternativo al partido ganador, debes aceptar que construya su mayoría y pueda gobernar. Segundo, por sentido de país. El PSOE debe mantener su ADN histórico de compromiso con los grandes problemas de España. Tercero, por un sentimiento de utilidad en la oposición, que podemos y debemos hacer porque tenemos a un Gobierno en minoría. Y por último, por un sentido de futuro para el partido. Quien niegue que un partido tome decisiones al margen de sus intereses es un cínico o un ignorante. Al PSOE no le interesa que haya elecciones ahora.

P. ¿Se puede ser útil diciendo no a todo lo que venga del Gobierno?

R. No contemplo para nada que el PSOE vaya a ser un líder de la oposición total. Pienso en un PSOE capaz de pactar. También con el Gobierno. Creo que las decisiones que España necesita tomar reclaman el acuerdo con el Gobierno. Pensiones, reforma fiscal, el reto de la secesión en Cataluña, una reforma constitucional... A España le corresponde hacer lo que Rajoy no hizo en cinco años. Hay que aprovechar la debilidad de ese Gobierno para establecer una agenda reformista.

P. ¿Y todo eso con Podemos segando la hierba bajo sus pies?

R. Podemos tendrá que elegir qué quiere ser de mayor. Ahí tiene su debate, pero cuanto más se vuelquen en la calle, más espacio queda para el centro-izquierda que representa el PSOE. Nosotros estamos llamados a ejercer de gran pivote de la política española.

P. ¿Se estaba “podemizando” el PSOE, como dice Javier Fernández?

R. Ha habido una radicalidad artificiosa, táctica. Hay muchos que confunden la radicalidad con la fortaleza. Una izquierda más radical no es una izquierda más numerosa, no es una izquierda más fuerte. El PSOE ha aspirado siempre a una mayoría social que pueda ganar a la derecha y eso implica aceptar que en España hay un centro sociológico muy grande. Perder el centro es perder la capacidad de ser alternativa.

P. Algunas decisiones no tienen vuelta atrás, como la elección directa por los militantes del secretario general. Pero algunos dirigentes no parecen cómodos con esa llamada constante a que se consulte a las bases.

R. La democracia representativa tiene que recuperar su papel. Nos eligen para que decidamos. Cuando se habla de hacer consultas, no sé por qué se atribuye a los militantes el monopolio de la decisión socialista. Si alguien pudiera tenerla serían los votantes. Debemos serenar este debate. Hay una tentación asamblearia muy peligrosa para la política. Las consultas recogen respuestas binarias a problemas complejos.

P. ¿Deben romperse relaciones con el PSC si no acata lo que decida el comité federal?

R. No me parece correcta su posición de indisciplina previa, pero tampoco creo que sea el momento de cuestionar nuestro marco de relación política y orgánica. El PSOE y el PSC siguen teniendo por delante un reto fundamental: solucionar el problema de Cataluña.

P. ¿Qué debe hacer el PSOE para recuperar la mayoría?

R. Dirigirnos a la modernidad española. A una sociedad con una moralidad cívica distinta, que descubre la impostura pero reconoce los liderazgos.

Enlace a vídeo aquí.

Publicado en El País, 22/10/2016

21 de octubre de 2016

Una oposición útil.

En la vida interna de los partidos hay derecho a discrepar públicamente. No ha sido mi caso a lo largo de mis ya largos años. Pero hoy debo hacerlo respecto a la mayoría de mis compañeros vascos. Espero que ellos me entiendan como yo entiendo la coherencia de su sentimiento contra Rajoy y el PP. Pero me parece mucho más sólido políticamente el razonamiento en favor de una abstención técnica, que resuelva de una vez la investidura y la crisis institucional que sufre España desde hace casi un año. 

En primer lugar por razones estrictamente democráticas. El PP ganó las elecciones en diciembre de 2015 y más claramente todavía en junio de 2016. Por supuesto en nuestro sistema parlamentario una mayoría alternativa al partido ganador puede perfectamente y con toda legitimidad formar gobierno y, aunque nunca ha ocurrido así en las anteriores legislaturas, en ambas elecciones eso fue posible aritméticamente aunque, por desgracia, no políticamente. 

En la primera ocasión, Podemos se negó a apoyar el acuerdo PSOECiudadanos y en esta segunda ha sido Ciudadanos quien ha pactado con el PP y resultó imposible juntar a las tres fuerzas. El pacto PSOEPodemos-Nacionalistas es imposible para nosotros. Sobran razones para explicarlo. 

En esas circunstancias, si no tenemos una mayoría alternativa, nuestro sentido democrático nos dice que no podemos obstruir la formación del gobierno. Mucho menos cuando Rajoy encabeza una alianza de 170 diputados. Conviene recordar que en varias ocasiones, desde 1977, PSOE y PP hemos gobernado con menos apoyos en la Cámara y que el PP tiene en esta ocasión además mayoría absoluta en el Senado. 

Hay mucha ignorancia en el argumento de que sin Gobierno estamos mejor. Lo cierto es que España acumula en múltiples cajones, públicos y privados, múltiples e importantes decisiones. El presupuesto, leyes urgentes, nombramientos, respuestas a inversionistas, decisiones políticas de calado, compromisos con Europa... Para poner solo un ejemplo, si no resolvemos bien nuestros problemas con Europa nos congelarán los fondos que vienen de la Unión Europea y son muchos millones de euros. España no puede seguir en funciones y convocar unas nuevas elecciones. Es un desprestigio internacional para nuestro país. De manera que, pensando en España y en los ciudadanos, el PSOE debe recuperar un sentido de la responsabilidad y hacer así lo que otros no hacen o no han hecho. Desgraciadamente, la opinión pública ha colocado la pelota de la responsabilidad sobre el tejado del PSOE, a pesar de que el PP no ha hecho nada para merecer el apoyo o para suscitar un debate sobre sus ofertas. Al contrario, Rajoy no se ha movido consciente de que el tiempo, el enfado ciudadano y la incertidumbre beneficiaban sus expectativas movilizando el voto conservador y el voto útil en su favor.

Hay un tercer argumento que no ha estado presente en este debate. Liderar la oposición con un gobierno en minoría es la mejor de las situaciones para ser oposición. Hace algunos años, en plena mayoría absoluta del Sr. Aznar, decíamos que queríamos ser una «oposición útil». Y lo fuimos, entre otras cosas porque pactamos cuestiones de Estado, como el pacto antiterrorista. Por cierto, les recuerdo que en 2004, después de esa oposición, ganamos las elecciones. ¿Es que no será más útil la oposición ahora, con un Gobierno en minoría? ¿Habría algo importante en esta legislatura que pudiera aprobarse sin el PSOE? El PSOE es un partido de país. Nosotros tenemos acreditado nuestro compromiso con las grandes soluciones, conquistas, trasformaciones que se han producido en el último siglo en España. Nosotros somos un partido de pactos, no de pancartas. Podemos liderar la oposición y conseguir mayorías contra el Gobierno y podemos también pactar con el Gobierno grandes temas pendientes en la agenda española. Desde Cataluña a la política europea. Desde la reforma educativa a la de la Constitución. 

Es muy preocupante que durante todos estos meses de crisis institucional, la política española se haya olvidado de los gravísimos retos que atraviesan a España. La amenaza secesionista en Cataluña, la financiación del Estado del Bienestar, el estado más que preocupante de la Seguridad Social, el déficit público... En un mundo que avanza con cambios trepidantes, en una competencia global cada vez más difícil, en una Europa en multicrisis, el PSOE no puede apostar por la continuidad de esta situación ad calendas graecas. Ese no es nuestro sentido de Estado. Esa no es nuestra trayectoria histórica, ni puede ser nuestro proyecto de mayoría electoral. 

Finalmente, la crisis interna del PSOE tiene mala solución en la convocatoria de nuevas elecciones. No será fácil, pero solo volveremos a ser la alternativa de la derecha en un escenario que gira sobre un PSOE clave los próximos años y sobre un proyecto de izquierda moderna con un nuevo líder que encarne ese papel y ese proyecto. Este es mi último argumento. Tenemos derecho a optar por lo que más nos conviene. Es perfectamente legítimo y totalmente comprensible decir que unas elecciones en diciembre no interesan al PSOE. No es el principal argumento, pero quien a estas alturas sostenga que los partidos no miran por sus intereses al tomar decisiones es un cínico o es un ignorante. 

Todo esto me lleva a defender con claridad y con respeto una opción que convierta al PSOE en el primer partido de una oposición mayoritaria a un Gobierno de Rajoy en minoría. Es decir a ser un partido de país, haciendo una oposición útil. Es lo que toca.

Publicado en El Correo, 21/10/2016

20 de octubre de 2016

Rajoy en minoría.


Rajoy y el PP tienen 137 diputados. Si gobiernan porque el PSOE lo facilita, estará obligado a buscar mayorías, en definitiva, a pactarlo todo. La oposición entonces, tiene la llave de muchas decisiones. El PSOE es quien lidera la oposición con 85 diputados. El PSOE puede conseguir la suma de muchos partidos para derrotar a la derecha. Pero también puede pactar, cuando se trata de hacer pactos de Estado. Como lo hicimos contra el terrorismo. Como debemos hacerlo para el bien del sistema educativo o para cambiar la Constitución o para combatir la corrupción. Eso es hacer una oposición útil. 

Hay muchos españoles que nos recuerdan el “NO es NO” y nos piden que digamos NO a Rajoy. Lo entiendo. Pero en ese caso vamos a elecciones en diciembre, el domingo anterior a Navidad. Las terceras elecciones en un año. Me pregunto qué oposición haremos después si el PP se acerca a la mayoría o la tiene junto a Ciudadanos. ¿Qué diremos entonces? 
Hay que medir los pasos. En política hay que medir las consecuencias de las decisiones. Es verdad que Rajoy no merece nuestra confianza. Es verdad que el PP no ha hecho nada para ganarse nuestra abstención. Pero hoy es más débil que mañana. Incluso en pleno estallido de sus juicios de corrupción, es más débil todavía, porque no podrá negarse a un verdadero paquete regenerador contra los delitos que se juzgan en la Gürtel. 

Hay además un argumento que no podemos desconocer. España lleva un año de crisis institucional. Muchas decisiones están paradas. Muchas cosas dependen de que tengamos un gobierno. En el mundo entero se habla de nosotros como un país en crisis que no puede formar gobierno después de dos elecciones seguidas. Ir a unas terceras es un desprestigio internacional. El PSOE no es el único culpable, pero llegados a este momento, si tenemos la llave para evitarlo debemos ser el partido responsable y serio que siempre hemos sido. Abstenerse no es apoyar. Es evitar males mayores para España y para los españoles, y también para nosotros. 

La única manera de evitar un gobierno de Rajoy y del PP era forjar una mayoría de gobierno alternativo al ganador. En un régimen parlamentario como el nuestro, eso es legítimo. El PSOE lo intentó. En las elecciones de diciembre hicimos un acuerdo con Ciudadanos y Podemos se negó a apoyarlo. En las de junio ha sido Ciudadanos quien ha preferido al PP, y tanto unos como otros han expresado reiteradamente que no quieren entenderse. En estas circunstancias, democráticamente hablando, a quien corresponde la investidura es al partido de la mayoría. Negarlo es más una respuesta moral que política. Corresponde a la ética de la convicción, pero se da de bruces con la ética de la responsabilidad. Es más un sentimiento que un pensamiento, y la política responsable exige asumir las consecuencias de las decisiones. El razonamiento político de la abstención en este momento y en estas circunstancias es mucho más sólido y lógico que el apasionado NO a Rajoy y NO al PP de muchos compañeros y de muchos ciudadanos a los que respeto y comprendo.


El PSOE es un partido clave para España. Lo hemos sido y lo seremos. Pero para ello, para ganar un día a la derecha, tenemos que ser un partido centrado, no radicalizado. Nosotros somos un partido de pactos, no de pancartas. Somos un partido de gobierno, y eso exige pensar en todos los ciudadanos, no sólo en nuestros militantes o en nuestros votantes. Somos un partido de mayorías. Nosotros no queremos ser el partido mayoritario de una izquierda minoritaria. Nuestro objetivo no es encabezar la oposición de una izquierda fragmentada. No. Esa no es nuestra pelea. 

La abstención es una decisión más centrada sociológicamente. Hay muchos ciudadanos que la comprenden y la agradecen. Eso devuelve al PSOE a esa imagen de un partido clave para España. Un partido generoso, responsable, fiable. Un partido del país.



Publicado para 20minutos.es, 20/10/2016

14 de octubre de 2016

Entrevista Huffington Post 14/10/2016



En los últimos años, cuando el PSOE atraviesa dificultades en el gobierno o en la oposición, le pide al histórico dirigente Ramón Jáuregui Atondo (San Sebastián, 1948) que ocupe alguna posición en la primera línea. En octubre de 2010, el presidente Zapatero, tras haber dado un giro de 180 grados y anunciar los recortes del mes de mayo, hizo una crisis de gobierno e incorporó a Ramón Jáuregui como Ministro de la Presidencia. Ahora Javier Fernández, el presidente de la comisión gestora que pilota transitoriamente el PSOE, le ha pedido a Jáuregui que dirija a los socialistas españoles en el Parlamento Europeo en estas horas críticas que vive su partido, en sustitución de Iratxe García, europarlamentaria próxima a Pedro Sánchez.

Jáuregui no se muerde la lengua al hablar sobre la abstención, pero insiste en que la decisión no se ha tomado todavía y que se hará en la reunión del comité federal que se realizará próximamente. El político vasco no oculta su preferencia: una abstención técnica, sin contrapartidas, que permita a Rajoy ser investido para que el PSOE pueda pasar a la oposición. Afirma haber apoyado lealmente a Pedro Sánchez hasta que éste anunció que convocaría unas primarias y un congreso. "Tendría que haber sido Pedro Sánchez quien liderara la abstención", asegura Jáuregui, en cuyo caso, hoy “seguiría siendo el líder del partido”. Hablamos con él en su despacho del Parlamento Europeo en Bruselas.

Usted es un superviviente político de la generación de Felipe González, Alfonso Guerra o Txiki Benegas. ¿Cómo se siente en este momento en que de nuevo da un paso al frente en circunstancias tan complicadas como las que vive su partido?

Orgulloso de seguir siendo útil al partido, pero con una sensación de fin de proyecto. No tengo ninguna aspiración, ninguna pretensión. No compito. Pero en cierto modo me siento feliz de tener un buen nombre en la casa.

¿Le llamó personalmente Javier Fernández para proponerle que fuera el portavoz de los socialistas españoles en el Parlamento Europeo?

Sí.

A la vista de los últimos acontecimientos en el PSOE da la sensación de que hay un divorcio entre los mayores y los jóvenes de su partido. Javier Fernández preside la gestora, el nuevo portavoz en el senado es Vicente Álvarez Areces, usted aquí en el Parlamento Europeo… Reemplazan a líderes más jóvenes. ¿Hay un pulso generacional?

La reaparición de unas cuantas personas del tiempo pasado -si queremos llamarlo así- es consecuencia de que el punto al que llegó el PSOE con la convocatoria de unas primarias en plena decisión de formar gobierno alarmó enormemente a la mayoría del partido, y los líderes territoriales que tienen responsabilidad de gobierno se pusieron de acuerdo para parar esa deriva. Nosotros creemos que esa situación era muy, muy peligrosa, casi suicida para el PSOE, y simplemente ha habido una organización… yo no sé si de los más viejos, yo diría de la gente que no veía razonable el camino que Pedro [Sánchez] había trazado después de las elecciones vascas y gallegas.

¿Era una estrategia suicida el #NoEsNo que apadrinó Pedro Sánchez?

Lo que no era razonable era hacer un congreso y unas elecciones a secretario general en vísperas de unas nuevas elecciones que podrían ser fatales para España y también para el partido. Blindarse en un liderazgo personal frente a una circunstancia muy mala para el conjunto del socialismo español era una situación inasumible para quienes queremos al PSOE. Entonces, simplemente, los que tienen poder orgánico se han plantado y han introducido el debate político que faltaba, porque desgraciadamente no se ha hablado de esto. Durante meses –y en esto hemos fallado muchos– no hemos tenido un debate…

¿Por qué no se ha hablado? Tras las elecciones hubo un comité federal en el que sus miembros aceptaron la estrategia propuesta: no a Rajoy e intentar formar un gobierno alternativo…

Sí, hasta ahí puede ser aceptable. Una vez comprobado que un gobierno alternativo con Podemos y Ciudadanos no se puede materializar, en mi opinión el PSOE tiene que decir claramente a la opinión pública que no quiere un gobierno que dependa de un nacionalismo independentista, que no es compatible con un proyecto nacional como el que el PSOE representa. Y no queriendo terceras elecciones –porque consideramos que verdaderamente es muy malo para el país, y también muy malo para nosotros–, hay que decirlo claramente. Es ese momento en el que, al menos yo personalmente, he comenzado a tener alguna discrepancia con lo que ha hecho Pedro. Yo, hasta el 25 de septiembre, no he dicho ni una sola palabra crítica hacia él, pero cuando Pedro convoca un congreso y anuncia que quiere terceras elecciones y que va a hacer unas primarias para que le elijan a él -porque a nadie más pueden elegir-, interpreto que se ha equivocado. Tenía que ser él quien hubiera liderado la abstención. Si lo hubiera hecho, hoy seguiría siendo el líder del partido. Él tenía que haber sido capaz de dar el giro.

Pero Pedro Sánchez no parecía que fuera a hacer ese giro porque su trayectoria ha sido muy insistente, in crescendo, con un #NoEsNo, casi una seña de identidad reivindicada con gran orgullo… parecía imposible que él mismo se desdijera.

No era fácil, ciertamente. Pero es que la otra alternativa a la que nos ha llevado es un blindaje personal con una convocatoria de terceras elecciones: realmente, un escenario que muchísimos no aceptamos. Y somos los que hemos empezado a decirlo, tarde, probablemente, e incluso si quieres hasta mal, porque yo admito que una vez que se produce la batalla orgánica siempre es malo, pero era inevitable hacerlo, cuando el escenario que él dibuja entre los días 26 y 27 de septiembre es el que acabo de describir. No hay otro.

¿Fallaron los órganos de su partido en la medida en la que no pudieron enderezar el barco de una manera normal?

Todos respetamos la estrategia del secretario general y nadie, muy pocos, expresaron sus dudas sobre una posición que muchos creíamos no era definitiva, porque el tiempo tiene que ir marcando las posiciones. En ese sentido hemos fallado, sí. Porque el Partido Socialista no ha debatido con seriedad la hipótesis de la abstención desde el principio, ya sea esta negociada, o sea técnica. Porque puede ser de las dos maneras.

¿Qué diferencia hay entre una y otra?

La negociada es a cambio de condiciones, la técnica es a cambio de nada.

En su opinión, ¿cuál es mejor opción?

En este momento no cabe más que la técnica, en mi opinión. Puesto que la otra [una abstención negociada] sólo se podría haber hecho desde un principio.

Su compañero Miquel Iceta ha dicho en el programa Hoy por hoy de laCadena Ser que una abstención le incapacita al PSOE para liderar después la oposición. ¿Está de acuerdo?

No es verdad, para nada. La oposición vamos a seguir siendo nosotros, si lo hacemos como debemos hacerlo. Pero la oposición no es negarse a todo, también es pactar. Una oposición que pacta es una oposición inteligente. No hay mejor situación para una oposición que un gobierno en minoría. Es una ley de la política. Es irrefutable. Y nosotros tenemos esa opción hoy. Mañana no la tendremos... Por tanto hay que debatir sobre el juego que el Partido Socialista puede tener también en ese esquema del que estamos hablando porque nada se aprobará en serio en España sin el concurso del Partido Socialista. Nada serio se hará en materia de regeneración democrática, en materia de oferta a Cataluña para combatir el reto secesionista, en materia de sostenimiento del modelo de bienestar, en materia fiscal, etc, sin el concurso del Partido Socialista. Pactaremos lo que seremos capaces de pactar o lo que consideremos conveniente, pero eso no nos priva de hacer oposición.

¿Pero tiene fiabilidad para pactar en materia de regeneración, por ejemplo, un partido como el PP que está inmerso en unos procesos judiciales por causas de corrupción tan importantes como las que estamos viendo estos días?

Sí. Tiene que tenerla, si tiene la mayoría de los votos. ¡A mí me da cien patadas! [alza la voz], pero, si es el partido que ha ganado las elecciones, hay que pactar con él. ¿O es que alguien cree que se puede hacer algo en España en materia de reforma constitucional o en relación a Cataluña sin contar con la derecha española? Y también en materia de regeneración, sí, naturalmente.

Entonces abstenerse para que gobierne el PP no es como indultar la corrupción, como dicen algunos….

No, no tiene por qué. Eso es simplemente un eslógan, un mensaje de Twitter que utilizarán quienes están en contra de que el PSOE sea un partido serio y un partido responsable en España, que esta es otra, porque de esto no hemos hablado… Yo creo que mucho de lo que está en juego es que el partido siga siendo el partido centrado, el partido nacional, el partido vertebrador, el partido que piensa en España y en los españoles y en sus problemas, no en los problemas internos [del partido]. Por tanto creo que eso también está en juego y a eso va a responder lógicamente un razonamiento de adoptar –si finalmente así se decide- una posición como la que yo estoy defendiendo.

Usted también defendió el voto a favor de la elección del presidente de la Comisión Europea Jean Claude Juncker en junio de 2014, cuando el grupo socialista europeo iba a votar a favor en el Parlamento Europeo y sin embargo los socialistas españoles iban a votar en contra, saltándose la posición fijada por sus compañeros europeos ¿Hay paralelismos entre aquel momento en Europa y el que vive España en estos momentos?

Yo en aquella ocasión lo defendí abiertamente y seguramente no lo hice muy bien porque no fue un momento fácil. Pedro Sánchez acababa de ser elegido secretario general el domingo anterior y el martes votábamos en Estrasburgo. Gran parte de su campaña la había hecho con esa promesa [votar en contra de Juncker] y yo le entiendo. Ahora bien, la campaña interna del PSOE de aquellas primarias de junio de 2014 es una cosa, y lo que se jugaba en Europa era otra. Y en Europa lo que había era un acuerdo de Renzi, de Hollande, de Sigmar Gabriel, de Martin Schulz, de Merkel, etc. para dar estabilidad a las instituciones. Y las elecciones las había ganado Juncker, es decir, el partido conservador. Y el acuerdo que se hizo, que no fue de coalición, fue un acuerdo para hacer sostenibles unas instituciones en un momento en que en Europa -lo estamos viendo día tras día– había una tensión y unos vientos huracanados contra el proyecto europeo y hoy son todavía peores. Yo pensé que el compromiso de la familia socialista europea nos comprometía. Y por eso defendí votar a Juncker.

Utilizando el lenguaje que ha empleado el presidente de la gestora del PSOE, Javier Fernández, quizás fue aquel voto en contra de Juncker, saltándose la disciplina de voto del Grupo Socialista europeo, el primer síntoma de una “podemización del PSOE”…


No me gusta el adjetivo. De todas formas, no creo que fuera el comienzo de nada. No. En todo caso, no creo que haya una deriva en ese sentido. Tras las primeras elecciones, Pedro Sánchez gestionó razonablemente bien la situación surgida del 20 de diciembre y de hecho propuso un gobierno lógico porque había una mayoría relativamente sólida junto a Ciudadanos y a Podemos como para dar un gobierno alternativo a España. En aquellas circunstancias quien falló fue Podemos. Yo no creo que haya en la crítica al liderazgo de Pedro Sánchez una especie de totalidad. Para nada. Yo he coincidido sustancialmente con la forma de Sánchez de dirigir el partido durante estos dos años hasta que el 25 de septiembre, a raíz de las elecciones vascas y gallegas, toma una decisión que yo no puedo comprender. A mí me preguntaron antes de esas elecciones qué pensaba y dije
que era Pedro quien tenía que liderar el cambio de la posición. Solo él. Porque si no lo hacía él, nos iba a hacer un agujero. Y nos lo ha hecho.

Pero él no quería cambiar de posición…

Por lo que se ve, no. A mí no me preguntó mi opinión. Pero a quienes me preguntaron les dije que la estrategia de Pedro había sido coherente hasta el momento, había intentado tras las segundas elecciones un gobierno con Ciudadanos y Podemos pero obviamente era imposible, porque Ciudadanos ya había pactado con el PP y Podemos no quiere saber nada con Ciudadanos. Reconocida esa incompatibilidad, con 85 diputados, la única opción que te quedaba era depender de los nacionalistas.

¿Pedro Sánchez tenía un plan para primero ganar las primarias que quería convocar y después llegar a la Moncloa con el apoyo de los independentistas?

No lo sé. No tengo información. Ni mucho menos pruebas sobre el asunto. Yo no sé si esa hipótesis se ha barajado en serio o no. Yo no lo hubiera aconsejado en ningún caso. Incluso aunque fuera acompañada de supuestas suspensiones reivindicativas de los nacionalistas, porque un gobierno con los nacionalistas, día tras día, te somete a una tensión territorial que te desgasta brutalmente en el conjunto de España. Yo he sido secretario general del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso y sé lo que es negociar cada semana 30, 40 o 50 votaciones. En el parlamento se votan muchas cosas y todas tienen un componente territorial en España. Depender de los nacionalistas es someter al gobierno de España a una tensión -y más sin son partidos independentistas– que el PSOE jamás puede admitir.

Si no le gusta el calificativo de que el PSOE se ha 'podemizado', sí que había una tendencia, bajo Pedro Sánchez, de convocar a las bases, hacer consultas a la militancia, que rompe un poco con la tradición representativa del PSOE de confiar en sus órganos para tomar decisiones complicadas. Ahora parece que no van a consultar a la militancia la decisión de abstenerse o no, será una decisión tomada por el comité federal. ¿No hay un cambio de modelo de partido?

Si se quiere mirar así, sí. Yo soy contrario a esa tentación asamblearia en la manera de decidir las cosas. Es decir, la militancia es soberana y tiene sus espacios para manifestarse, pero cuando nos elige lo hace para que decidamos. Y decidimos sus representantes. El comité federal es la soberanía del PSOE. No tengo ninguna duda. Esa tentación asamblearia que asalta desgraciadamente demasiadas esferas de la política internacional pone en evidencia las enormes deficiencias de, digamos, el asamblearismo, los referendos, la consulta permanente de todo, del derecho a decidir todos los días todas las cosas. Es evidente que eso no es una forma más avanzada de democracia. La forma más depurada de la democracia es la representativa. Y por tanto también en el seno del partido, quienes somos elegidos para decidir o quienes lo son –yo no estoy en el Comité Federal– son quienes tienen que tomar la decisión, porque tienen una capacidad analítica de la realidad para la que no están dotados todos los militantes.

Según esa lógica, ¿la consulta a los militantes del acuerdo de gobierno con Ciudadanos en la anterior legislatura fue un error?

No me importa la retrospectiva del asunto. Pero insisto: no es método someter a consulta todos los días, todas las cosas. Insisto.

Da la sensación de que Pedro Sánchez sí apostaba por esa deriva de consultar a la militancia en contra de esa tradición del PSOE…

A veces esa decisiones son consecuencia de la oportunidad o de las conveniencias. Pero, repito, no de un método de acción política serio.

¿Van a ser ustedes capaces de explicarse frente a sus militantes y votantes si deciden finalmente abstenerse, sea de forma técnica, como usted defiende o de forma negociada? No será fácil considerando que todo lo que han escuchado hasta ahora era que abstenerse era traicionar la palabra dada. ¿Cómo lo van a hacer?

Primera precisión: yo no sé lo que va a decidir el Comité Federal respecto a si es una abstención técnica, condicionada o sencillamente mantener el no. No lo sé. Estoy muy alejado de las cuestiones orgánicas y no tengo información ni siquiera de la gestora para saber si lo que se va a someter al Comité Federal es una opción u otra… El problema que señalas es justamente el que tenemos, en parte porque no hemos hecho este debate, en parte porque las voces analíticas de las diferentes opciones no se han expresado. Lo cierto es que hay poco tiempo porque el partido se ha educado en los últimos meses en una posición de radicalidad anti-PP que hace más difícil la explicación de una abstención. Es el mayor problema que tenemos. Pero la política está para que seamos capaces también de combatir en aguas arriba. Tenemos una opinión demasiado radicalizada en una sola posición, que para mí es muy táctica, y no hemos hablado del PSOE que queremos, del ADN histórico del Partido Socialista, no hemos hablado de España, de los problemas de los españoles, del papel del PSOE como partido nacional, partido serio, partido fiable, de esto no hemos hablado nada. Y esta para mí es la cuestión. Vamos a tener que remar aguas arriba. Pero no creo que todo esté perdido, sinceramente. No es dramático, es una decisión difícil. El Comité Federal la tomará y la explicaremos. Habrá tiempo para jugar el papel que se decida.

Si se decide la abstención, ¿el grupo parlamentario se puede romper en el Congreso?

No lo sé. No conozco la parte orgánica. No tengo ni idea.

Los dos candidatos que se disputan el liderazgo del PSC, Miquel Iceta y Nuria Parlón, insisten en que los diputados socialistas catalanes deben votar que no en cualquier caso, sea cual sea la decisión del PSOE. ¿Qué puede suceder en ese choque?

No lo sé… Se me escapa.

En la tarea de reconstrucción del PSOE que tienen por delante, ¿van a ponerse de acuerdo las distintas generaciones del partido en la forma de tomar las decisiones estratégicas?

La acción de gobierno es una terapia infalible para superar retóricas. Yo creo que cuando el partido realmente se hace grande es cuando domina el BOE. Y mucho me temo que hay un gap entre los que hemos gobernado y los que no. Creo que es imprescindible que el partido recupere ese sentido histórico de lo que somos y por tanto una modernización ideológica que a veces echo en falta…

Esa modernización situaría al PSOE más cerca de Podemos, una fuerza a su izquierda, abiertamente populista, como ellos mismos se definen, o les situaría más cerca de una fuerza de centro derecha como Ciudadanos?

Yo no me quiero situar en relación con nadie. El PSOE tiene que aspirar a ser un partido alternativo a la derecha, como siempre lo hemos sido, con capacidad de optar a gobernar y tener los votos suficientes. Nosotros no aspiramos a ser la mayoría de una minoría de izquierdas, ni encabezar una izquierda fragmentada. Ese es un debate equivocado. Esa no es nuestra pelea. Es muy importante que el partido se sitúe como una fuerza capaz de dar confianza a los españoles para resolver sus problemas. Y eso implica adaptarse a un tiempo que va a toda velocidad y que cambia radicalmente. Eso implica, por ejemplo, reconocer que la izquierda, en general, tiene un problema con los electores para recuperar credibilidad en cuanto opción de gobernar la economía. Si para los ciudadanos la derecha gobierna mejor la economía tenemos un problema. Si la izquierda no reconoce que hay un cambio tecnológico brutal y que eso implica remodelar la sociedad del bienestar, el modelo de trabajo, las relaciones laborales, si no somos capaces de innovar en todas esas áreas no seremos un partido grande. Ese es el PSOE que tenemos que hacer.

¿Un partido de izquierdas se vuelve conservador si repite una serie de cosas sin adaptar sus mensajes y sus propuestas?

Yo lo diría de otra manera. Hay una izquierda antigua que sigue ofreciendo fórmulas del siglo pasado a un siglo nuevo. Hay una ciudadanía que es capaz de analizar si tus propuestas y soluciones son realmente posibles o no. En ese sentido, la izquierda de toda Europa está lastrada porque sus formulaciones eran propias del estado-nación, no de la globalización. Y todas nuestras banderas, todos nuestros sueños se tienen que materializar en mesas de gobernanza supranacionales y en políticas para remodelar el capitalismo que no se someten a las reglas del siglo pasado. Eso es lo que verdaderamente es antiguo. ¿Hay una izquierda antigua? Sí. ¿Populista, además, en el caso de Podemos? Pues también. Pero es antiguo pretender oponerse a que hay que regular el comercio internacional. Es antiguo pretender que la banca sea pública y no sea privada. Es antiguo pretender que las empresas sean nacionales y no haya libre mercado. Lo que tenemos que hacer es aceptar, por supuesto, que a ese mercado lo tenemos que remodelar, y esa es la izquierda reformista que nosotros representamos. A nosotros no nos pertenece ese anticapitalismo de panfleto.

El marco evidente para lograr esas cosas es la Unión Europea, pero las dificultades saltan a la vista. A veces un socialdemócrata español o portugués se puede parecer más a un conservador francés que a un socialdemócrata holandés o alemán. Para que la izquierda socialdemócrata pueda cumplir esos sueños de los que usted habla cómo puede superar sus diferencias y actuar de forma unida en Europa?

Es cierto. Más en la Europa de hoy que está asaltada por un neonacionalismo rampante. Lo vemos en el cierre de las fronteras de Hungría, en el referéndum británico, en las propuestas de retirar el euro de Madame Le Pen… Hay neonacionalismo, populismo, extrema derecha, incluso infantilismo en algunas expresiones no propiamente de derechas. Sí, está difícil. Pero no hay otro camino. En el lenguaje diplomático se suele decir que hay dos bloques de países en Europa: los que saben que son pequeños, y los que no saben que son pequeños. Pues somos muy pequeños todos y tenemos que estar juntos. En ese sentido la izquierda tiene que articular su proyecto sobre esa realidad. Y tenemos que hacer más partido europeo, no una agregación de partidos nacionales y hay que reformular el proyecto socialdemócrata en el conjunto de Europa. Hay que hacer una agenda, un relato urgente para los próximos dos años y medio. Se lo he dicho a Gianni Pittella [presidente del grupo socialista europeo en el Parlamento Europeo] desde que me han nombrado presidente de la Delegación Socialista española. Creo que la urgencia del socialismo democrático en ese terreno es muy grande, pero lo que aprecio es que nadie va a representar los valores y los sueños socialdemócratas como nosotros, por imperfectos que seamos, y por distintos que seamos.

¿Debe seguir Martin Schulz al frente del Parlamento Europeo cuando termine su mandato en enero?

¡Rotundamente, sí! De la estabilidad de las instituciones europeas y de la potencia de la pareja Juncker – Schulz dependen muchas cosas. Y no solamente en clave nacional, también en clave europea. Poner en riesgo la presidencia de Schulz implicaría una inestabilidad institucional en el Consejo y un nuevo conflicto que Europa no se puede permitir.

La emergencia de Podemos en España coincide con un momento en que otros partidos populistas crecen con fuerza en Europa. El Parlamento Europeo es un observatorio de lujo para observar este fenómeno. Aquí está Marine Le Pen, del Frente Nacional, Nigel Farage del UKIP, Syriza, Podemos…¿qué rasgos tienen en común?

Una coincidencia de posiciones extremas que realmente debieran de hacer pensar a esa izquierda europea que cree que hay que refundar la Unión sin darse cuenta de que al hacerlo la van a destruir. Igual que lo que piensan los eurófobos de Farage o Le Pen, que odian a Europa… Cuando desde el otro extremo se reivindica una especie de refundación infantil de Europa creyendo posible lo que realmente es imposible, es que no están trabajando por Europa. Trabajas por Europa si eres capaz de sostener las instituciones, de hacer funcionar la unión energética, la unión bancaria, de mejorar la gobernanza, de hacer que Europa avance en el combate de la evasión fiscal…que consigamos un acuerdo de inmigración, pero no diciendo no a todo. En eso me distingo de forma muy consciente de esa izquierda populista que acaba siendo autodestructiva, aunque no sea esa su intención.

¿Le preocupa la deriva xenófoba en el Reino Unido de Theresa May?

Es verdad que en el Reino Unido hay una posición táctica en este momento, que responde a una negociación todavía ni siquiera planteada, la del Brexit, y en segundo lugar a la necesidad de ahormar un partido dividido. Pero la manera en la que lo ha hecho la Señora May realmente es deplorable, y más deplorable es que haya casi un 60% de ingleses que le crean y que le entiendan. Y más aún que sean los empresarios quienes más combatan sus propuestas y que no sea el laborismo británico el que haya puesto la voz de alarma sobre una idea tan estúpida como que hay que hacer listas con el número de extranjeros que hay en las empresas, ¡cuando los mejores jóvenes de Europa, doctores españoles, ingenieras, analistas financieros, etc. se han ido a trabajar a Londres! Y ahora estos señores quieren cuestionarlo por un populismo anti inmigratorio que es empobrecedor del Reino Unido. Es grave, pero repito, más grave es que haya tanta gente que escucha a Trump, o que le vote, o que entiende a la señora May con estas declaraciones.

Actualmente hay más de tres millones de europeos no británicos viviendo en el Reino Unido y la primera ministra Theresa May se niega a darles garantías de que respetará su estatus durante las negociaciones. ¿Le preocupa lo que vaya a pasar con ellos en las negociaciones?

Yo no pienso que vayan a correr riesgos en serio, sinceramente, pero toda esta literatura que se está lanzando sobre los derechos de los inmigrantes en Europa cuestiona la idea misma de Europa. Si no hay movilidad porque no hay derechos iguales, no hay Europa. Cuando hablamos de la inmigración, por ejemplo, la cuestión no es sólo moral: tenemos que encontrar una respuesta a la presión migratoria, debemos responder al deseo de tantas personas que quieren vivir aquí... Si ponemos en riesgo Schenghen ponemos en riesgo la unidad de mercado y Europa es mucho más que eso, pero es sustancialmente eso. De forma que creo que en la negociación con el Reino Unido y con las crisis múltiples que estamos viviendo en Europa, la defensa de la movilidad y de los derechos iguales son seña de identidad de un proyecto de futuro para Europa.

Usted ha encabezado recientemente una delegación de parlamentarios europeos que han observado el referéndum sobre el acuerdo de paz en Colombia. ¿Se puede salvar la paz después del 'No'?

Parece que sí. Anoche estuve cenando con el embajador colombiano y curiosamente el ambiente tras la derrota del 'sí' es muy constructivo: yo lo llamaría un ajuste del acuerdo. O sea, no tirar por la borda todo lo construido. Y hay un sentimiento general, incluida la oposición (y esto me parece elogiable) de prudencia, en especial en la forma en que se está celebrando la victoria del 'No'. Se están buscando ajustes. Porque las FARC son las primeras que tienen que comprender que en el 'No' al acuerdo había un rechazo mucho más intenso de lo que ellos pudieran creer en la sociedad colombiana, de manera que tienen que ser conscientes de que el pueblo ha hablado y tienen que aceptar ajustes en el acuerdo. Pienso que se está caminando bien. Soy optimista.

¿Fue un error del presidente Santos convocar un referéndum sobre un asunto como este? Ya sabemos que este tipo de consultas preguntan sobre cuestiones complejas pero las motivaciones para responder de forma binaria pueden ser múltiples y no obedecer al objeto de la pregunta, como la simpatía o la popularidad de quien convoca la consulta…

Yo creo que en este caso no. Soy muy poco partidario de los referendos –he de confesarlo– y después de la experiencia británica, holandesa, húngara, etc., lo tengo cada vez más claro. Pero en este caso era tan importante el acuerdo, la aprobación por parte del pueblo legitimando un tiempo nuevo para cerrar esta trágica herida y compensar….Yo lo entiendo. Santos tuvo razón en plantearlo aunque no lo haya ganado.

Entrevista para Carlos Carnicero Urabayen , El Huffington Post.

11 de octubre de 2016

¿Qué pasó en Colombia?

Viví apasionadamente el plebiscito del pasado domingo en Colombia. Hice campaña abiertamente en Bogotá y Medellín por el ‘sí’ y sufrí una decepción enorme cuando comprobé la polarización del país y la victoria del ‘no’ ante unos acuerdos que, sinceramente, creí serían el comienzo de un tiempo nuevo en ese país tan brutalmente castigado por un conflicto armado que a veces casi parecía una guerra civil.

¿Qué ha sucedido para que la mitad más uno de los colombianos digan ‘no’ a un acuerdo tan complejo y costoso, tan larga y trabajosamente negociado entre Gobierno y guerrilla, amparado y avalado por toda la comunidad internacional? Al estrepitoso fallo de las encuestas, que daban entre diez y quince puntos de ventaja al ‘sí’, le están saliendo muchas explicaciones. Las mías son las siguientes:

El rechazo a las FARC es más profundo y sentido de lo que se creía. Naturalmente, sigue habiendo quienes explican y justifican la aparición de estos grupos armados y su lucha en las paupérrimas condiciones de vida del mundo rural colombiano, en las profundas desigualdades sociales y, por supuesto, en la órbita de los movimientos insurgentes y revolucionarios del siglo pasado en América Latina. Pero más allá de esos argumentos, lo cierto es que las FARC han hecho muchísimo daño. Han matado, secuestrado, destruido con tanta crueldad, que en la memoria colectiva de los ciudadanos hay una condena moral intensa y un amplio rechazo al perdón. Los defensores del ‘sí’ no fueron capaces de superar ese rechazo, especialmente al tener que admitir que los acuerdos contemplaban una ‘Justicia Transicional’ muy cercana a la impunidad de tantos crímenes.

Personalmente justifiqué en múltiples ocasiones que paz y justicia no eran elementos fácilmente compatibles. Que la paz era imperfecta, por supuesto, y que se basaba en el perdón mutuo que la sociedad colombiana se debía a sí misma. He defendido los acuerdos diciendo que este tipo de conflictos armados solo podrían acabar así. Y somos muchos los que hemos advertido que el ‘no’ podría retrotraer a Colombia a los peores años de su trágica historia y que no habría otra oportunidad de paz como ésta en diez años. Pero, hoy, concluido el resultado del plebiscito, me inclino a pensar que quizás las concesiones a las FARC fueron excesivas y que, en todo caso, a los ciudadanos así se lo parecieron.

Hay otra evidencia en Colombia y es la existencia de dos países diferentes: el urbano y el rural, situados en el centro el primero y en la periferia el segundo. El ‘no’ ha triunfado en las ciudades y el voto urbano ha tumbado el acuerdo, que, a su vez, ha sido ampliamente respaldado en los pueblos y en las zonas rurales. No por casualidad han sido las zonas más castigadas por el conflicto las que han respaldado mayoritariamente el acuerdo, lo que pone en evidencia otra paradoja y es la conmovedora actitud de las víctimas, mucho más proclives a superar la guerra y a disfrutar de la paz, que el resto de sus conciudadanos.

El ‘no’ ha hecho una campaña agresiva y demagógica, y ha sido más eficaz frente a la confiada campaña del ‘sí’, que creía seguro su triunfo por el engaño de las encuestas. ¿Por qué se equivocaron? Porque a la gente no le apetecía decir ‘no’ a la paz, y resultaba incómodo o impopular hacerlo. Pero cuando llegó la hora de la verdad dijo lo que sentía. El ‘no’ amenazó con una imagen tremendista de Maduro-Castro-FARC como si la entrada en política de éstos fuera a convertir a Colombia en una república comunista. Por último, el ‘no’ ha utilizado una censura –esta vez más realista– a las conexiones de la guerrilla con el negocio del narcotráfico.

Hasta aquí las razones del fracaso. Pero, al día siguiente del plebiscito, la vida siguió en Bogotá y en toda Colombia. Y lo que toca ahora es volver a los caminos de la paz. Tres pasos habrá que recorrer. El primero es recomponer la unidad interna del país. El presidente Santos tiene que llamar a la oposición al acuerdo y consensuar con ellos una nueva estrategia para la negociación. Uribe y el ‘no’ deben gestionar su victoria con prudencia y ayudar a reanudar las negociaciones y comprometerse con ellas.

El segundo afecta a las FARC, que deben mantener su promesa de no volver a la violencia y hacer firme su voluntad de convertirse en una nueva fuerza política, aunque ello implique tener que revisar las condiciones del fin del conflicto. Una renegociación del acuerdo resulta casi inevitable por la simple razón de que el pueblo soberano lo ha querido así.

El tercero, es poner en marcha toda la política de cohesión social, de promoción económica, comunicaciones con el territorio, desarrollo agrario, incorporación rural de exguerrilleros y, sobre todo, de atención a víctimas que se contemplaban en los acuerdos. Todo lo que constituye la política de restauración social del país.

Es un largo camino, pero en Colombia, al día siguiente del referéndum, la vida continúa con nueva esperanza y no con viejas frustraciones. No hay la sensación de que vuelve la guerra, sino que habrá que continuar la paz sobre lo andado, aunque de otra manera. Ésta ha sido la esperanzadora sorpresa que tuvimos el lunes, horas después del plebiscito. Mi impresión es que el proceso de paz no se ha frustrado, aunque su continuación se enfrenta a una renegociación. Las FARC lo han confirmado, en parte porque no pueden volver atrás. La violencia no es compatible con la política y la defensa de una causa justa no puede hacerse matando. Eso ya no es solo inmoral, es anacrónico. No pertenece al siglo XXI.

Publicado en El Correo, 10/10/2016

7 de octubre de 2016

Un partido de mayorías.

Nosotros no queremos ser el partido mayoritario de una izquierda minoritaria. Nuestro objetivo no es encabezar la oposición de una izquierda fragmentada. No. Esa no es nuestra pelea. Acomplejado ante la aparición de otra izquierda y temeroso del sorpasso, el PSOE está perdiendo los perfiles del partido nacional, centrado, mayoritario que hemos sido a lo largo de toda la democracia constitucional desde 1978.

El PSOE ha sido siempre un partido de mayoría social y electoral, que buscaba el poder para llevar a cabo su proyecto de trasformación social, de libertad e igualdad, de democracia y protección social. No por casualidad las grandes transformaciones sociales y los grandes avances democráticos y de libertades del último siglo español están inequívocamente ligados al PSOE. Desde la superación de la democracia censitaria al voto femenino. Desde las autonomías a la entrada en Europa. Desde el Estado del bienestar al matrimonio homosexual. “Somos el partido que más se parece a España”, decía orgulloso Rodríguez Zapatero.

Esta es para mí la primera y más exigente condición que debemos cumplir para ser un partido de mayorías: atender a España, a sus problemas y a sus ciudadanos. Desde hace un año la política española se olvidó de los problemas de un país que sufre el mayor reto secesionista de su historia, tiene una tarea ingente para la regeneración de su democracia, arrastra un persistente desfase estructural entre ingreso fiscal y gasto público y sufre graves ineficiencias de su economía que le impiden dar empleo a toda su población, especialmente a los jóvenes (coste energético; baja I+D+i, calidad educativa, digitalización e internacionalización; pequeño tamaño empresarial, etc.).

Necesitamos un PSOE responsable, serio, comprometido con el país y sus problemas. Un partido orgulloso de lo mucho y bueno que hemos hecho estos últimos 30 años y dispuesto a asumir compromisos en esta grave coyuntura de nuestra historia. Un partido fiable, solvente, que genere afectos por ese papel modernizador y vertebrador que marca su ADN histórico. ¿Que eso tiene riesgos en la competencia de la izquierda? Cierto. Pero más peligroso es perder ese perfil para ganar una radicalidad posicional y retórica que tampoco, por otra parte, parece rendir frutos electorales.

Además de un partido de país, el PSOE ha sido y debe seguir siendo una izquierda moderna, una socialdemocracia del siglo XXI. Hay muchas maneras de describir el nuevo mundo, nuestra realidad. Quizás la más sugestiva sea apelar a la revolución tecnológica que cambia el mundo cada día. Desconocer o despreciar la influencia tecnológica en la sociedad es un pecado que la izquierda no puede permitirse. Al igual que el tractor revolucionó la agricultura a principios del siglo pasado, internet, la economía digital o la robótica están conformando una sociedad casi desconocida todavía. La globalización está configurando una nueva economía planetaria. Pongan ustedes sobre un mapa del mundo las líneas de intercambios comerciales, o las cadenas de valor de las grandes corporaciones, o las sedes de las grandes tecnológicas, y descubrirán hacia dónde se están desplazando el comercio, la economía y la innovación.

Soy de izquierdas y me abruma descubrir que los grandes movimientos geopolíticos y económicos se producen sin que la democracia, la gente, como se dice ahora, tengamos nada que decir. La mayor parte de las grandes decisiones que están configurando nuestro futuro no están en nuestras manos. Por eso creo que la dimensión internacional de nuestra alternativa para democratizar la globalización y combatir las injusticias es la primera condición de esa modernidad. El viejo espacio del Estado-nación en el que la izquierda construyó su pequeño sueño de justicia, protección e igualdad social ha desaparecido. Nos han cambiado las cartas del juego. Es más, nos han cambiado hasta el tapete. Pero nuestros sueños siguen ahí. El corazón de la gente sigue latiendo con pálpitos de justicia, dignidad social, protección de los humildes, igualdad de oportunidades, democracia... La clave es encontrar nuestras herramientas, nuestras fortalezas, nuestras soluciones… pero tienen que ser nuevas. He aquí el reto de la izquierda.

El PSOE debe ser un partido innovador,  valiente, moderno, a la altura de la nueva sociedad española. Capaz de ofrecerse a los jóvenes españoles de hoy.  Formados, cosmopolitas, empleados en oficinas, no en fábricas,  urbanos, sin ideología precisa, gente libre, con una moral cívica muy tolerante, preocupados por su incertidumbre laboral, sufrientes de bajos salarios, sin complejos históricos, mucho más próximos al  centroizquierda que a la derecha. Capaces de percibir la impostura o la ignorancia. Con conocimientos para analizar y valorar las propuestas o para apreciar el valor de la innovación social de los partidos.

Yo quiero un partido solvente, capaz de representar esa modernidad, esa valentía, esa innovación. Hay otra izquierda, es verdad. Se acabó para el PSOE el monopolio de la izquierda y no volverán los tiempos del 40% de apoyo electoral. Pero me rebelo contra ese axioma mortal que otorga a los nuevos la innovación por el simple hecho de ser nuevos. Por el contrario, yo creo que son una izquierda bastante vieja y bastante peligrosa. No les conozco  ninguna propuesta socioeconómica seria y sus postulados sobre el derecho a decidir de los pueblos, su gusto por los refrendos, sus tentaciones asamblearias y su enmienda a la totalidad de la transición democrática, del pacto reconciliatorio y de la Constitución me resultan más que preocupantes.

La izquierda que debemos ser debe huir de esa retórica neonacionalista que se opone al comercio internacional abrazando el viejo proteccionismo. Una izquierda moderna pretende intervenir el libre comercio con acuerdos internacionales que garantizan estándares sociolaborales y medioambientales y protegen los derechos humanos. ¿No es acaso más de izquierdas controlar el mercado y regular el comercio que dejarlo libre de compromisos sociales? El combate al neoliberalismo no puede hacerse cuestionando la economía de mercado. Ese viejo anticapitalismo sin alternativas no nos pertenece. Nuestra socialdemocracia interviene y regula al mercado, pero acepta que la economía y el crecimiento se mueven por el dinamismo del mismo. Naturalmente que nos disgustan los efectos del capitalismo financiero y por eso pretendemos limitarlo con reglas que forzosamente vendrán del consenso internacional. Nos preocupa enormemente el crecimiento de la desigualdad o el empeoramiento de las condiciones de vida de las clases medias. Pero eso no nos lleva a formulaciones panfletarias o a retóricas antiguas, sino a nuevas soluciones predistributivas y fiscales que influyen en el abanico salarial o crean nuevas figuras impositivas a la riqueza y al patrimonio.

La izquierda moderna no puede mantener el déficit público con deuda soberana eternamente. Eso nos debilita ante los mercados. Fueron los socialdemócratas nórdicos quienes establecieron la regla contraria. Por tanto, hay que decirle al país la verdad de nuestras cuentas públicas y ofrecer una reforma fiscal que sostenga nuestro gasto público.


El PSOE que yo quiero debe ser capaz de comprender las enormes transformaciones que se han  producido en el mundo laboral, en el viejo contrato de trabajo. Permítanme una confesión: de joven era ingeniero. Me hice abogado laboralista en los 70 del siglo pasado para defender a los trabajadores. Así fui dirigente de la UGT, y aunque mis principios y mis convicciones son muy parecidas a las que tenía hace 40  años, creo sinceramente en la necesidad de un nuevo marco de regulación de las nuevas relaciones laborales de este siglo. La nueva economía necesita un nuevo contrato sociolaboral, también un nuevo sindicalismo y, desde luego, una empresa responsable socialmente.

Me alarma la devaluación de salarios y condiciones de trabajo del empleo no cualificado y creo en la intervención pública y en la función sindical para remediarlo, pero eso no me impide aceptar y reordenar el papel de la empresa. Por eso pretendo construir junto a ellas una nueva cultura de sostenibilidad y responsabilidad empresarial.

El PSOE del siglo XXI tiene que hacer de la educación y de la cualificación profesional a todos los niveles el motor de la igualdad. En esto no nos diferenciamos de los socialistas republicanos del siglo pasado, que hicieron de la escuela el alma de su proyecto igualitario. Pero hoy los retos son muy distintos y los grandes servicios públicos universales del Estado del bienestar que creamos los socialistas, incluida la sanidad, auténtica joya de ese Estado, están pendientes de un esfuerzo inversor que probablemente requerirá la contribución proporcionada de las rentas más altas. ¿Estamos los socialistas dispuestos a encabezar ese salto de calidad y sostenibilidad? Eso es para mí una izquierda valiente. Eso es el progresismo del siglo XXI. Decirles a los españoles: la educación y la sanidad públicas son y siempre serán mejores que la privada, y para eso debemos contribuir en proporción a nuestra renta. Eso nos hace iguales.

Dicho todo lo cual, no me duelen prendas para reconocer que la mayor debilidad de la izquierda internacional es la ausencia de un programa claro para remodelar el capitalismo y  la globalización, ya que ambos están provocando una división creciente entre quienes tienen cualificaciones y habilidades para trabajar en los mercados globales y quienes tienen solo su fuerza manual de trabajo. Por eso, la izquierda reformista que quiero para el PSOE defenderá reformas globales en el mundo financiero, instrumentos igualitarios e inclusivos a nivel nacional y políticas de inversión pública a largo plazo hacia una economía verde.

Nosotros somos un partido autonomista, no autodeterminista. Hicimos el Estado autonómico para combinar el autogobierno de nuestras nacionalidades y regiones y la unidad de un Estado con ciudadanos iguales. La autodeterminación es un derecho poscolonial para otros estados y situaciones. No para España. No compartimos el derecho a decidir de unos contra otros. Decidimos juntos, conforme a reglas y en el marco de una democracia representativa. La delegación de decisiones al pueblo es una excepción en la democracia representativa y provoca efectos perniciosos, la mayoría de las veces irresolubles. La organización territorial de España reclama una reforma federalista de nuestra Constitución y la renovación de nuestros pactos con nuestros nacionalismos, revisando nuestros marcos de autogobierno. Pero si el PSOE pierde su carácter nacional, su sentido solidario de ciudadanía y su vocación vertebradora de la pluralidad española, dejará de ser el PSOE.

Europa es nuestro proyecto. Pero la defensa de esta Europa en multicrisis no es refundarla de abajo arriba como dice con frecuencia un izquierdismo irresponsable que coincide demasiadas veces con los eurófobos que la quieren destruir. Es, por el contrario, fortalecer la Comisión frente al Consejo, aceptar como necesaria la conjunción de fuerzas con la derecha y los liberales para sostener las instituciones comunitarias y combatir el  retronacionalismo rampante que sufre Europa, desde el Danubio al Tajo; es construir y propagar un discurso y un relato europeístas renovados; es defender el modelo de sociedad del bienestar europeo en la globalización; es combatir el fraude fiscal y los paraísos fiscales desde una Europa punta de lanza en las instituciones financieras internacionales. Es, por supuesto, defender una Europa federal, con la renovación de sus tratados como resultado de la negociación del Brexit.

¿Qué más debería ser el PSOE? Por supuesto, seguir siendo un partido feminista, empeñado y comprometido con la igualdad de género. El partido que más ha contribuido en nuestro país a la revolución feminista. Seguir siendo el partido de la laicidad inclusiva. Un partido capaz de defender con radicalidad la aconfesionalidad del Estado y de las instituciones y, sin embargo, entender que el siglo XXI nos demanda el reconocimiento del hecho religioso y una política de igualdad para las religiones.

Quiero un partido conectado socialmente con los movimientos de progreso en todos los ámbitos. Que sale a la calle. Que abre sus sedes. Que se forma. Que hace pedagogía de nuestros valores e ideas. Con militantes y dirigentes que estudian y se preparan para gobernar un mundo complejo en el que saber es condición de eficiencia. Quiero un partido ejemplar. Y por supuesto, unido.


Publicado en Ahora.semanal