18 de diciembre de 2015

Una lectura de izquierdas sobre el 6-D venezolano.

Me aproximo a Venezuela desde mi convicción socialista y democrática. Observé con interés la emergencia de las revoluciones del ALBA, desde partidos que se decían portadores de una nueva izquierda. He seguido la evolución de esos países y, en particular, encabecé una Delegación del Parlamento Europeo a Caracas durante la primera semana de noviembre, para dar seguimiento al proceso electoral venezolano.

Desde esa cercanía a esas realidades y desde el respeto a la idiosincrasia de cada uno de esos países y experiencias políticas, me permito extraer algunas conclusiones, después de la derrota chavista del pasado domingo.

Primera: La democracia no es un medio al servicio de la revolución, o de la justicia social. No, la democracia es un fin en sí mismo. Nunca debe ser manipulada, ni limitada, por objetivos superiores, porque no hay razones ni objetivos superiores a sus principios y a sus reglas. No debe ser la derecha política quien reclame democracia a un partido de izquierdas en el poder, sino al contrario; la democracia debe ser una bandera progresista que la izquierda política nunca debe perder.

Segunda: El manejo macroeconómico de un país es condición sine qua non de éxito en la política social. Nadie sufre más que los pobres y las clases medias en un sistema monetario roto con diferentes valores de cambio. Los que más sufren la inflación son quienes dependen de un salario o de una pensión para vivir. El déficit público no es de izquierdas. Acaba perjudicando a la estabilidad económica interna y al crédito internacional, la inversión, el interés bancario, etc. Todos estos elementales principios deben orientar la política económica de la izquierda.

Tercera: La principal inversión de la izquierda en países con sistemas fiscales primarios es reforzar su política tributaria y generar ingresos públicos que superen el 20% del PIB nacional. Una política fiscal progresiva en la obtención de los recursos en función de la riqueza y de la renta y patrimonio, para que sus ingresos al Estado no dependan solo de sus recursos naturales. La izquierda transformadora invierte en educación, haciendo iguales ante la vida a quienes parten de una posición social desfavorecida, y en salud, para materializar la igualdad en un derecho humano fundamental. Aunque no resulte popular, la izquierda moderna invierte en capital físico (infraestructuras) y en capital humano (educación e innovación) para construir un tejido económico competitivo y no depender de los recursos naturales.

Cuarta: La seguridad de los ciudadanos no es una bandera de la derecha. Dar seguridad a las personas para circular, para salir a la calle, para viajar, en sus casas o en sus propiedades es una tarea primordial del Gobierno. Dejar esa aspiración humana básica en manos de la derecha política, como si esa ideología garantizara mejor la seguridad ciudadana, es un error que se paga caro.

Quinta: Despreciar a la izquierda socialdemócrata europea, como si fuera cosa del pasado, superada por una nueva doctrina que todavía no ha demostrado nada, ha sido y desgraciadamente es todavía una actitud tan pretenciosa como ignorante. Los grandes avances en protección social y dignidad laboral del Estado de Bienestar son una conquista histórica de la socialdemocracia europea. La búsqueda de referentes internacionales por parte de algunos partidos de la izquierda latinoamericana en el viejo comunismo o en modelos acreditadamente desfasados sólo conduce a la frustración. El camino hacia sociedades más justas en América Latina reclama modernizar el Estado, profundizar la democracia, estabilizar su economía, diversificar su aparato productivo, invertir en educación y salud... Ese es el único camino de la justicia social y de la verdadera izquierda. En ese camino, la experiencia socialdemócrata es básica, creando entornos laborales dignos y protegidos por un sistema de seguridad social sostenible, desarrollando instituciones de protección social, implantando sistemas fiscales progresivos, y extendiendo el derecho a la educación y a la sanidad como derechos fundamentales de ciudadanía.

Soy muy consciente de que en muchos de los países latinoamericanos los partidos tradicionales fracasaron. Es también evidente que la enorme inequidad se combata inicialmente inyectando el dinero público en las bolsas de la pobreza y de la exclusión. Pero la experiencia de Venezuela - y no sólo - demuestra que eso no basta. Hay que enseñar a pescar y darles cañas, siguiendo el proverbio chino, para que la igualdad y la justicia social sean sostenibles.


Publicado en The Huffington Post, 18/12/2015