1 de diciembre de 2014

Dignidad trascendente

Las crónicas ya han contado que el Parlamento Europeo acogió al Papa Francisco con afecto y le escuchó con atención y agrado. Ha habido polémica con esta visita. Algunos diputados protestaron y criticaron la invitación al Jefe de la Iglesia Católica a la sede de la soberanía popular europea.

Yo no creo en Dios, pero quise oír al Papa. No soy católico pero me interesa lo que ocurre en la Iglesia y me atrae el discurso de este Papa.

Deploro la teocracia y los regímenes políticos sometidos a leyes religiosas o influidas por jerarquías eclesiásticas, pero eso, nada tiene que ver con una visita institucional a nuestro Parlamento.

Reivindico la laicidad y sus conquistas: la separación del Poder político de la Iglesia, el matrimonio civil, la enseñanza laica y las universidades públicas, los cementerios civiles y tantas otras cosas. Pero la laicidad no es antirreligiosa ni negadora del hecho religioso. La verdadera laicidad es incluyente y tolerante de la fe.

Nunca admitiré que los códigos morales y las leyes reguladoras de los derechos y deberes personales sean fijados por exigencias o demandas religiosas. La soberanía popular como única y exclusiva fuente legitimadora de la Ley, no es negociable. Pero admito el derecho de la Iglesia y de sus creyentes para intervenir en el debate público y exponer sus códigos morales en materias sensibles a sus principios.

Soy socialista y por ello, las dos palabras que mejor identifican mis convicciones políticas y mis aspiraciones humanas, son solidaridad e igualdad. Pero los socialistas no tenemos el monopolio de su aplicación. De hecho, reconozco que muchos militantes de la solidaridad lo son por sus creencias religiosas. Dicho de otro modo, llevo muchos años viendo a múltiples organizaciones y voluntarios que dan mucho de su vida o su vida incluso, para atender a los desfavorecidos y para combatir la pobreza y la marginación. Bien podríamos llamarlos socialistas sin carnet o socialistas por su fe.

Todas estas razones me parecen obvias para explicar mi conformidad con la visita del Papa al Parlamento de Estrasburgo este martes 25 de noviembre de 2014, respondiendo a una invitación que le hizo el Presidente Schulz. No es necesario aludir a que ya recibimos hace 26 años a Juan Pablo II o a que también hemos recibido al Dalai Lama o a que es también un Jefe de un Estado. A mí me basta para escucharle ser un anfitrión educado, un demócrata tolerante y un laicista incluyente.

Además me interesa este Papa. Me parece que está dando a la Iglesia Católica un giro de modernidad y de transparencia, de austeridad y de sensibilidad social, tan necesario como profundo. Modernidad para adaptar a la Iglesia a un mundo transformado y a una sociedad diferente de la del siglo XIX o XX, respecto a la mujer, a la familia, el sexo, a la homosexualidad, etc. Transparencia en las finanzas de la Iglesia en el Vaticano y en el combate a la corrupción y a la pederastia. Austeridad en el ejemplo de su vida, desde su alojamiento en Roma en un convento, a sus vestidos. Desde sus discursos a sus viajes. Y por fin, el giro social. Por fin, una Iglesia de los humildes. Un Evangelio para el pueblo, comprometido con los que sufren, reivindicativo de la dignidad humana antes incluso que de la caridad cristiana.

Su discurso de ayer (escribo precipitadamente en la tarde del martes 25) no defraudó estas expectativas. Dos palabras resumieron una intervención rica en contenidos, llena de mensajes y muy europeísta: Dignidad Transcendente. ¿Qué quiso decir el Papa con esa expresión? El centro de su discurso fue la reivindicación de la dignidad humana como el corazón de todo proyecto político. Y lo más interesante, la concreción de esa dignidad son los Derechos Humanos. Frente a tanta vulneración en el universo de esa dignidad (por el hambre, por la esclavitud laboral, por la explotación de seres humanos,..) el Papa eleva la bandera universal de un código de derechos, fundado en creencias y valores que a su vez, fundaron Europa.

Y por qué "transcendente". Porque esos derechos, esa dignidad de las personas hay que insertarla en la sociedad, en la vida común, en el bien público, en la red de derechos y deberes de los otros.

Fue un discurso desde Europa y para Europa. Apelando a la Europa de la Paz y del diálogo pero reivindicando una Europa creativa y emprendedora, capaz de mirar al mundo, en palabras de Francisco, "como en la pintura de Rafael, con Platón mirando al cielo y Aristóteles tendiendo la mano a la tierra".

Publicado en "Vida Nueva"