27 de enero de 2014

Paradojas del final de ETA

Hace dos años largos que acabó la violencia de ETA, y, primera paradoja: en el País Vasco se disfruta la paz y en el debate político español parece que todo sigue igual. Tertulias, periódicos, víctimas, declaraciones del Gobierno, persisten en una especie de cruzada interminable contra los restos de aquel desastre. La gente en Euskadi ha recuperado la libertad, han desaparecido los escoltas, y el miedo. Nadie está extorsionado ni amenazado. La política, por fin, monopoliza todos los debates y la violencia ha desaparecido total y absolutamente de nuestras calles. Pero la inercia informativa, los intereses creados y el populismo que arrastra este tema, siguen haciendo que la burbuja capitalina político-mediática, desconozca o desprecie la realidad de lo que vivimos y sentimos en el País Vasco.

Segunda paradoja: ETA anunció el abandono definitivo de la violencia de manera unilateral e incondicionada. Fue un cese por rendición, aunque lo envolvieran en su falsa retórica. Pero esta evidencia no se ha instalado en la cultura política del país, y es sistemáticamente cuestionada por importantes protagonistas políticos y mediáticos. Hasta el punto de que quienes no quieren reconocer este hecho —la derrota de ETA— acaban construyendo una argumentación en contrario, es decir, avalan y extienden la idea de que ETA ha ganado a la democracia, convirtiendo así a los derrotados, en triunfadores. La derrota de ETA no equivale a la desaparición física de quienes la defendían, sino a su abandono de la violencia y su incorporación a las reglas de la democracia. Nuestra victoria no consiste en su renuncia a sus ideas, sino en que las defiendan con la voz y la palabra y dejen para siempre las pistolas y las bombas. Por eso, no podemos alarmarnos de que nuestro combate a sus ideas y a sus pretensiones se dilucide ahora en las instituciones democráticas. Cuestionar este hecho con alarmismo mediático o peticiones ilegalizadoras echa por tierra nuestro pluralismo democrático y la superioridad moral de nuestras convicciones.
A esta posición se llega desde muy distintos lugares políticos y con muy diferentes propósitos, pero todos acaban convergiendo en esta peligrosa y falsa conclusión. Algunos porque no quieren reconocer al Gobierno de Zapatero-Rubalcaba ese mérito histórico. Otros, porque no saben ni pueden vivir sin este tema. Otros, porque buscan réditos populistas en la posición ultra del tema. En fin… Sectarismo, oportunismo, populismo, llámenlo como quieran, lo insufrible es que otorguen la victoria a los terroristas cuando es la democracia y el pueblo español quien ha derrotado a ETA.
Les haré una confesión. Durante muchos años, mientras sufríamos más de cincuenta asesinatos al año, muchos pensábamos que nunca acabaríamos con este problema. Después del pacto de Ajuria-Enea (1988), ya en los años noventa, creí que la paz sería la consecuencia de algún tipo de acuerdo entre las fuerzas políticas vascas y que exigiría mucha generosidad a un final dialogado como cobertura al cese de la violencia, aunque sin concesiones políticas. Hoy puedo decirles que nunca imaginé un final tan limpio, tan claro, tan rotundo, como lo ha sido. ETA se ha ido sin nada. Nada se ha pagado y nada les debemos. Nada se ha pactado. ETA ha sido derrotada por la sociedad, desarticulada por la policía y la ley, empujada por la política hacia la aceptación de sus reglas, desbordada por la realidad y por su propia gente, hacia el abandono de su fanatismo. Todo lo que ha ocurrido desde aquel octubre de 2011, avala la derrota sin paliativos del terrorismo y la victoria plena de la democracia. Todo, hasta el comunicado de los presos, aunque su foto nos resulte repugnante. ¿A qué viene, entonces, negar la evidencia y darle la vuelta a la realidad? ¿Qué se pretende? ¿A quién beneficia actuar ahora como hace diez años o, como si la violencia no hubiera acabado? Yo recuerdo muy bien su historia. Las razones que esgrimieron para despreciar la autonomía y la democracia en 1978. Su agenda reivindicativa, tan ampulosa, su alternativa KAS, la autodeterminación, Navarra, la expulsión de las Fuerzas de Seguridad... ¿Qué ha quedado de toda aquella retórica? ¿Cómo explicarán por qué y para qué mataron tanto? Es la historia de un fracaso rotundo, de una historia errática y miserable. Eso, en Euskadi lo saben hasta los niños. ¿Por qué entonces otorgarles la victoria? ¿Qué teoría enferma y absurda quiere privarnos de este logro inmenso de la democracia y la paciencia del pueblo español?
Tercera paradoja: Euskadi estaba como una balsa hace unas semanas. El pacto PNV-PSE había orientado la política vasca por derroteros muy distintos a los de Cataluña. El País Vasco vivía otro tiempo. Otras eran sus inquietudes: consolidar la paz y trabajar por mejorar la convivencia de una sociedad todavía atravesada por las heridas terribles de la violencia; construir un relato fidedigno que honre a las víctimas; salir de la crisis, etcétera. Hablando, hace unos días con dirigentes nacionalistas de Cataluña, coincidían en este análisis. “Vosotros no tenéis agravios, me decían, vivís en otras coordenadas, vuestras preocupaciones, son otras”. Pero, de pronto, se han acumulado una serie de acontecimientos que nos han devuelto a la épica del pasado, a las antiguas trincheras, a las viejas dialécticas. Peor aún, a las peligrosas alianzas entre nacionalistas que rivalizan por liderar sus esencias y su anacrónico milenarismo. ¿Quién les empuja hacia ello?
El Gobierno deberá analizar estas paradojas porque su gestión de estos temas —no diré más— no ha mostrado hasta la fecha las virtudes exigibles en tan delicada materia y puede acabar en un fracaso rotundo que lo será de todos y lo pagaremos algunos. Consolidar la paz, asegurar el desarme y la desaparición de ETA, recuperar una convivencia construida sobre la verdad y la justicia, superar los enormes daños humanos producidos tantos años, incluso definir el futuro vasco desde “el deber de memoria” a la luz de la experiencia que nos proporciona la barbarie sufrida, son materias de alto valor político, de enorme sensibilidad social.
La política en estos casos, es una ciencia que reclama inteligencia y valentía y, alejarse de populismos cortoplacistas. Gobernar estos temas a golpe de portada de periódico, o mirando de reojo al sector ultra del electorado, o temiendo perder un puñado de votos a manos del partido rival, no solo no es recomendable. Es peligrosamente grave.
Publicado en El Pais, 27/01/2014

17 de enero de 2014

Análisis actual proceso de Paz. Entrevista Radio Euskadi








 Entrevista conjunta con José Antonio Ardanza en el programa Boulavard de Radio Euskadi. Foto via Radio Euskadi

9 de enero de 2014

¿Votar en conciencia o regirse por la disciplina de voto? Hora25

Este miércoles en 'Hora 25' se ha debatido sobre la disciplina de voto dentro de los partidos políticos-
Para escuchar el debate, en ese enlace.

7 de enero de 2014

Paz, piedad, perdón.

El fin de la violencia ha sido una victoria de la democracia limpia y rotunda.

Estas tres hermosas palabras, pronunciadas con tanta brillantez como ingenuidad por el presidente de la República, Azaña, en el Salón de Cent del Ayuntamiento de Barcelona en la primavera de 1938, cuando la derrota republicana se intuía inevitable, fueron tan despreciadas por sus enemigos como desoídas por sus amigos. Vuelven a mí con motivo del debate abierto con el ofrecimiento de los presos de ETA de acogerse a las vías de la reinserción, una vez declarado su rechazo a la violencia y su reconocimiento del daño causado.
El mundo de Batasuna quiere aprovechar esta declaración para lanzar una campaña favorable a la relajación de la política penitenciaria que permita ir sacando a la mayoría de los presos de ETA y acercarlos a todos a las cárceles vascas. Es la estrategia de la ‘reconciliación’, basada en las múltiples violencias, «los daños multilaterales generados como consecuencias del conflicto» y en un relato de parte que no cuestiona la lucha armada de tantos años, aunque la rechacen hoy. Su retórica es despreciable. Sus argumentos oportunistas y cínicos.
En el otro extremo, asociaciones de víctimas, articulistas y medios de comunicación y el propio Gobierno Rajoy nos dicen que el comunicado de los presos solo busca facilidades para su liberación y nos recomiendan no hacerles el menor caso. «Nada ha cambiado», parecen decirnos, o simplemente nos advierten que son terroristas y que deben pudrirse en la cárcel los próximos treinta o cuarenta años que les queden por cumplir.
Son legítimas ambas posiciones. Son incluso comprensibles. Pero ninguna de las dos nos ayudará a hacer irreversible y sólida la paz de la que disfrutamos desde el 20 de octubre de 2011, a superar las inevitables heridas que atraviesan a la sociedad vasca después de tanta tragedia y tanto dolor y, a construir nuestro futuro desde la memoria real de lo pasado, desde un relato fiel y auténtico de lo que ha significado el terrorismo de ETA.
En mi opinión, la mayoría de la sociedad vasca mira este tema crucial de nuestro pueblo con un mayor equilibrio, con un afán más constructivo, con más piedad, si ustedes quieren. Con más capacidad de perdón. No digo con voluntad de olvidar o, mucho menos, de aceptar el engaño de un relato falsario. No, a eso la sociedad vasca no está dispuesta y me parece imposible que tal manipulación de nuestra reciente historia tenga la más mínima posibilidad de asentarse. Pero, dejando claro esto, creo muy mayoritaria la opinión pública vasca que nos pide que aseguremos la disolución y la desaparición definitiva de ETA y que seamos capaces de sentar las bases de una convivencia respetuosa y tolerante en la que quepamos todos. En este esquema, los presos de ETA pueden ser tratados como personas reinsertables y por tanto deben ser objeto de un tratamiento individualizado que persiga, desde luego, el cumplimiento de sus penas pero también que permita su progresiva reinserción social en función de los delitos cometidos y de las penas impuestas, del grado de su cumplimiento, de su edad, de su comportamiento personal, de su salud, incluso de su colaboración en el esclarecimiento de sus crímenes.

¿Por qué es posible hacer esto hoy? Primero, porque ETA ha sido derrotada y hace más de dos años que ha desaparecido la violencia de nuestra vida. Nos hemos acostumbrado a la ausencia de la violencia de ETA y de su entorno, con rápida naturalidad, pero, durante muchos años, hemos dudado de que ese final llegara, incluso de que fuera posible y, salvo en estos últimos diez años, nunca creímos que ese final soñado fuera por rendición y desistimiento de la banda.

Segundo, porque el fin de la violencia ha sido una victoria de la democracia limpia y rotunda. Nada se ha pagado ni nada les debemos. ETA anunció el final de su historia sin negociación previa y sin contrapartidas políticas y lo hizo porque estaba desarticulada policialmente y su expresión política le exigió el abandono de las armas, a riesgo de la desaparición de su causa.

Tercero, porque el comunicado de los presos implica –aunque lo haga con sus inaceptables eufemismos– su rendición a la ley, el reconocimiento del daño causado, la aceptación de sus condenas, el tratamiento individualizado y un compromiso inequívoco de utilizar solo las vías políticas y democráticas. Nunca habían dicho eso. Nunca habían dicho tanto.

Cuarto, porque es la democracia quien controla el proceso y puede condicionarlo absolutamente a los siguientes pasos que faltan: la disolución de ETA y la entrega de su arsenal, de manera que, si esas circunstancias no se dan, o se produjeran otras que cuestionaran la apuesta democrática, el Estado siempre podría revisar su política penitenciaria.

Hay muchas víctimas de ETA que aceptamos la generalización de la llamada ‘vía Nanclares’ al conjunto de los presos de ETA. Cada uno es dueño de sus sentimientos y los de las víctimas del terrorismo son especialmente dignos de respeto. Pero, ni todas las víctimas pensamos lo mismo, ni podemos pretender imponer nuestros deseos al interés general. Conviene recordar, además, que ni uno solo de los presos reinsertados por esa vía ha fallado a sus compromisos de reinserción.

Pienso que avanzar con calma por ese camino es también lo más inteligente para que quede claro que es el Estado de derecho el que ejerce su potestad, es la ley la que se aplica, son los derechos humanos los que guían nuestra conducta y que, en consecuencia, es la democracia la que establece las reglas y la que ha derrotado a la violencia. Ese es el relato fiel y justo que nos merecemos.

No se tratará de un proceso fácil ni corto. Durará muchos años, exigirá generosidad para perdonar, que no olvidar, y reclamará apoyos mediáticos y consensos políticos y sociales. Pero así son las grandes causas. Así se hacen grandes cosas. Cuando hicimos la Transición democrática española fuimos admirados en todo el mundo por nuestra capacidad de pacto y de perdón. Algo parecido nos toca hacer en Euskadi los próximos años. Así seremos capaces de poner, de verdad, un final digno y democrático a esta trágica historia y así construiremos un marco de convivencia a la altura de nuestro pueblo.

Publicado en El Correo, 7/1/2014