19 de junio de 2009

Las cosas en su sitio

Quienes creían que el siete de junio iba a ser una fecha definitiva del inmediato futuro político español, estaban equivocados. Las elecciones europeas han proporcionado muchos mensajes a los partidos y han generado nuevas situaciones políticas que configuran un futuro bastante distinto al anterior en el ámbito europeo.

Pero en España, las cosas no han cambiado sustancialmente. El PP ha ganado pero con una diferencia mínima que no permite extraer conclusiones en clave electoral nacional. Es decir, sería completamente imprudente y falto de base científica derivar del resultado del domingo pasado un previsible triunfo del PP en las próximas elecciones generales.

Al Gobierno de España votamos hace un año y previsiblemente no lo haremos de nuevo hasta 2012. Las intenciones del electorado son inescrutables y más allá del componente nacional que hayan tenido los electores, el cambio de gobierno de España no ha estado para nada en el epicentro de las propuestas partidistas. Ha podido haber y sin duda lo ha habido, un voto de castigo, o un toque de atención y aviso al Gobierno.

Pero deducir de ello, un mandato electoral para convocar elecciones –como irresponsablemente ha pedido algún dirigente regional del PP– o cuestionar la estabilidad política española, es confundir el tocino con la velocidad. De ahí que la especulación surgida sobre la presentación de una moción de censura por parte del PP, ha sido tan tímida como efímera y pedir al Gobierno que presente una moción de confianza es como cantar a la luna.

¿Con quién pactaría el PP?
El PP no ha resuelto todavía una cuestión capital en sus aspiraciones de gobierno: ¿Con quién pactará su mayoría? Porque, si un día gana las elecciones necesitará el apoyo de minorías nacionalistas para gobernar y para ganar, necesita apartarse de esas minorías para reforzar sus perfiles nacionales.

Es por eso que no quiere conjugar una moción de censura junto a CIU, PNV y otras minorías. Por eso y porque esos partidos tampoco están dispuestos a contaminarse junto al PP en una operación de acoso y derribo a Zapatero, que sus electorados en Cataluña y Euskadi no entenderían en absoluto.

De manera que, dejemos las cosas en su sitio. Al PP las elecciones europeas le han dado oxígeno y a su líder le han confirmado en su discutido liderazgo interno y en su carrera para ganar a Zapatero en su tercer intento. Pero poco más. Ganar al partido del Gobierno por 3,7 puntos en plena crisis económica, en un contexto de debacle para la izquierda internacional y en unas elecciones europeas en las que se castiga al gobierno con mucha facilidad y se vota sin la presión del voto útil de las generales, es una victoria menor.

Pero, si es erróneo para el PP exagerar los efectos de su victoria, más lo sería para el PSOE, minusvalorar su derrota. Haber mantenido un 38,5% de apoyo popular en circunstancias difíciles no nos garantiza que con una participación de 30 puntos más (en el entorno del 75%) vayamos a ganar unas nuevas generales en 2012. Primero porque objetivamente, ganar unas elecciones generales por tercera vez es mucho más difícil que hacerlo por segunda.

Y en segundo lugar, porque ha quedado demostrado en reiteradas ocasiones y en estas europeas, también, que la masa electoral de centro, es decir, la que está dispuesta a cambiar su voto entre PSOE y PP, es cada vez mayor. Uno de los datos más interesantes de la radiografía postelectoral del 7-J, sería saber el número de votantes al PP procedentes del PSOE y viceversa.

Esta legislatura solo acaba de empezar (Junio de 2008) y será larga y dura. El ánimo electoral de las próximas generales no está prefigurado en absoluto y el PSOE y el PP tienen el partido abierto. El resultado dependerá de múltiples factores, pero si alguno resultará decisivo, este será el comportamiento ante la crisis y la evolución de ésta los próximos tres años.

Ha pasado un año en el que han primado medidas anti-shock: Garantía de confianza a los depósitos bancarios; inyección de liquidez al crédito; medidas de intervención y saneamiento de entidades financieras; créditos fiscales a consumidores y empresas; fuertes inversiones públicas en políticas Keynesianas para combatir la atonía de la demanda y la inversión privada; ayuda a sectores industriales estratégicos (automoción, turismo, etc), todo ello en un marco de protección social a los sectores más perjudicados por la crisis.

España ha hecho un esfuerzo económico enorme. Si lo medimos en su deuda pública acumulada, pasaremos del 38% del PIB al 60% aproximadamente en tres años. Nadie ha hecho tanto. En parte, porque muy pocos tenían una deuda viva tan baja como España. Pero esto solo es el principio. Ahora toca seguir abordando reformas que mejoren la productividad y la competitividad internacional de la economía española.

Incógnitas
El verano nos dará un respiro en el empleo y todos esperamos que a finales de este año se recupere la confianza financiera y empiecen a mejorar el consumo y la inversión. Pero la absorción del alto desempleo español es una tarea ciclópea y será larga. Dos incógnitas se proyectan sobre el presente. La primera gira sobre el presupuesto 2010. Sus líneas generales, sus políticas principales las conoceremos pasado el verano, pero el techo de gasto tenemos que aprobarlo en las Cortes este mismo mes.

Ahí empieza uno de los grandes retos del Gobierno para los próximos meses (junto al marco de financiación de las CCAA para los próximos cinco años y un posible acuerdo social tripartito con Empresarios y Sindicatos). La aprobación del presupuesto 2010 es una condición necesaria para la estabilidad política que necesita el Gobierno.

La segunda se centra en la actitud del PP ante la crisis. Personalmente creo que a Rajoy y al PP se les ofrece una extraordinaria oportunidad de aparecer como un partido serio que, haciendo una oposición responsable, es decir, con capacidad de pacto y de apoyo al Gobierno para salir de la crisis, se ofrecen como una alternativa centrada y capaz para después de dos legislaturas del PSOE. Pero me temo que les pierde la radicalidad y la ansiedad.

Radicalidad contra el Gobierno en todo y para todo, originada en una cierta intolerancia a los socialistas y en un desprecio casi antropológico al presidente del Gobierno. Ansiedad de acortar la legislatura como sea para asegurarse el triunfo en unas elecciones anticipadas por el fracaso ante la crisis.

De lo uno y de lo otro, surge una oposición frontal al Gobierno y un rechazo absoluto a toda colaboración. Prefieren contar parados que ayudar a reducirlos. Pero, ¡ojo!, los ciudadanos también cuentan y cuando toque, sabrán distinguir los aciertos o los fracasos del Gobierno y los méritos o lo contrario de la oposición.

Expansión, 19/06/2009