4 de junio de 2006

Bermeo es la anécdota, la clave es la libertad.

Aterricé desde un helicóptero en el campo de fútbol de Bermeo en plenas inundaciones de 1983. El pueblo estaba arrasado por el agua que en caudalosas torrenteras cayó por sus estrechas y empinadas calles hacia los muelles y el puerto pesquero. Yo era entonces delegado del Gobierno y todavía recuerdo el enorme esfuerzo económico que hizo el Gobierno del Estado para ayudar a Vizcaya en aquellos dramáticos años, de catástrofes, terrorismo y crisis industrial.

Del artículo que mi compañero diputado Josu Erkoreka escribía en estas mismas páginas hace unos días obtengo pues una primera conclusión. Aunque en Bermeo no nos quieran, lo cierto es que los socialistas hemos hecho mucho por ese pueblo y más por sus habitantes. Prieto en la República hizo el gran espigón que permitió el desarrollo posterior de su actividad pesquera; el Gobierno de Felipe González se volcó con los miles de damnificados en 1983-1984 y todavía puede añadirse, incluso, que durante los años de la coalición PNV-PSE en el Gobierno vasco fuimos también los socialistas quienes impulsamos las grandes reformas del puerto comercial de Bermeo.

Otra conclusión que debo reconocer es que Don Inda nunca dio un mitin en Bermeo, un error histórico que seguramente he confundido con la famosa y concurrida visita que hizo al pueblo como ministro de Obras Públicas. Y sin embargo los bermeanos cantaban, al parecer, una fea canción contra él. No sé si el ministro del rompeolas de Bermeo se extralimitó en la suspensión gubernativa del Ayuntamiento de la villa, ni cuáles fueron las causas alegadas, pero ya se sabe que de nuestros próceres del siglo pasado no debemos admirarlo todo. Un ejercicio de sana autocrítica debería llevarnos a censurarlos sin complejos en lo que objetivamente se equivocaron. Por ejemplo, como lo hacen el PNV y sus dirigentes con su fundador Sabino Arana, al que, como ustedes saben, critican sin complejos su xenofobia despectiva y clasista para con los pobres obreros 'maquetos' que poblaban las minas de la margen izquierda, su maniqueísmo burdo contra lo español o su retórica racista de la pureza de la sangre vasca.

Pero vayamos al grano. El origen de mi alegato, que provocó la puntillosa historia bermeana del artículo de Erkoreka, es la afirmación de que los no nacionalistas no hemos tenido, ni tenemos todavía, igualdad de condiciones de libertad para defender nuestras ideas y nuestro proyecto para y en Euskadi. Y aunque mi natural conciliador suele llevarme a aceptar razones y matices de mis adversarios, aquí no, aquí me planto y reafirmo la cruel persecución de la que hemos sido objeto y la hostilidad social en la que con mucha frecuencia y en muchos lugares hemos tenido que desenvolvernos. ¿Hace falta que ponga ejemplos? ¿Hace falta que recuerde lo que han pasado tantos y tantos cargos públicos y orgánicos del PP y del PSE-EE hasta hace cuatro días?

Desde principios de los noventa, ETA puso en marcha una estrategia llamada 'oldartzen' (extender el sufrimiento) con la que se pretendía asustar, perseguir y amedrentar a quienes nos oponíamos a sus pretensiones. El anecdotario de las coacciones, ataques personales, amenazas a las familias y al domicilio de concejales socialistas y populares es infinito. Durante los años noventa, la 'kale borroka' fue increíblemente intensa. Incluso durante la tregua de 1998 sufrimos una violencia callejera inusitada y constante. Especialmente en los pueblos de Euskadi. No reivindico para el PSOE y para el PP la exclusividad de las víctimas, pero sí exijo el reconocimiento de que eran ellos los principales blancos de los ataques. Recordar todo aquello puede parecer superfluo a algunos y victimista a otros, pero nadie lo podrá negar. Hay miles de ejemplos de resistencia democrática a esa larga noche de los cristales rotos que asoló Euskadi durante esos años. En aquel periodo, muchos se fueron. Otros abandonaron la política. Nadie se acercaba para militar en las filas de una resistencia heroica, llena de riesgos. Hacer listas municipales era como esculpir en el mármol. Visitar algunas localidades era un ejercicio de logística policial. Dar mítines en algunos sitios era sencillamente impensable. Imposible.

Es a esto, querido amigo, a lo que me refiero cuando hablo de una igualdad de condiciones que todavía no hemos conocido. A un partido que tenía que cerrar sus sedes porque los fascistas nos las quemaban con la gente dentro, como por ejemplo en Rentería casi una docena de veces. Un partido que por miedo, no encontraba a nadie para regentar el bar abierto al público en sus casas del pueblo. Un partido que se vio obligado a cerrar su sede en el casco viejo de Mondragón porque no nos admitían allí y se 'refugió' en una sede ubicada en un barrio de la periferia, donde viven inmigrantes extremeños o castellanos. Unos militantes que no podían recorrer determinadas calles de Hernani, o de Algorta o de la parte vieja donostiarra. Un partido que se veía atacado en sus símbolos, en sus sedes, en las personas que lo representan y que acaba refugiándose en su cascarón protegido por la Ertzaintza y aislado así de la ciudadanía. Un partido acosado por carteles, panfletos, calumnias, llamadas telefónicas, cócteles molotov. ¿Quieren que siga?

Porque lo peor estaba por venir. Hasta el año 2000 la presión era asfixiante. Pero después del Pacto de Estella, la presión fue asesina. Simplemente decidieron matarnos. Eliminarnos físicamente porque estorbábamos a sus planes totalitarios. Empezaron por Fernando Buesa y terminaron con un pobre jubilado de Orio, Juan Priede. Hubo un día en que pretendieron matar a toda la cúpula del PP vasco. En el cementerio de Zarautz quisieron asesinarlos a todos mientras recordaban a un compañero concejal de aquel municipio asesinado un año antes. ¿Hace falta explicar lo que supuso esto para estos partidos? ¿Es que no lo sabe todo el mundo? Miles de escoltas día y noche; sedes blindadas; tensiones familiares; cambios de ciudad, abandonos, aislamiento, sufrimiento.

Pueden recordarse anécdotas y puntualizaciones históricas de Bermeo, pero de ahí a negar la consistencia, la veracidad y la justicia de mi argumento, hay un trecho infranqueable. Quienes no somos nacionalistas hemos sufrido una persecución cruel y una hostilidad social insoportable. Basta ya de mentiras sobre conflictos históricos de hace mil años y sobre mitos victimistas de opresión a Euskadi. Aquí el único pueblo que desde hace muchos años sufre 'apartheid', discriminación social, dictadura y ocupación militar, (palabras todas ellas muy queridas y manoseadas por algunos nacionalistas) son las víctimas que han sufrido el desgarro de la violencia y quienes sienten la presión terrorista.

Otra cosa es saber si en igualdad de condiciones, la sociedad vasca, después de la violencia, será más o menos nacionalista. Si, como yo digo, el gradiente identitario se templará o no. Acepto que esto es una incógnita. Pero, ¿por qué no esperamos a verlo? Si tan seguros están los que alegan una mayoría favorable a la independencia (tipo Montenegro) ¿por qué quieren obtenerla en la mesa de partidos y asegurarla después en una consulta tramposa, preñadas ambas del precio a la paz? ¿Por qué no esperar a que los ciudadanos se sientan libres de verdad, sin esa tentación acomodaticia a ubicarse bajo el paraguas protector de un nacionalismo dominante del poder político y social? Ya lo dijo Kafka, «en tu lucha contra el resto del mundo, te aconsejo que te pongas del lado del resto del mundo».

No, querido Erkoreka, no pretendo evitar, ni me importa, que Bermeo siga siendo nacionalista toda su vida. Lo que quiero es que conquistemos la paz y con ella la libertad igual para todos. Y después, que hablen las urnas muchos, muchos años y que seamos lo que el pueblo quiera.

El Correo, 4/06/2006