18 de julio de 2005

Incertidumbres

Siempre resulta simplificador definir con un solo término una etapa histórica, pero si repasamos nuestros últimos veinticinco años desde el prisma de la política vasca sería bastante fácil coincidir en cuatro grandes períodos. El primero, que arranca con la Transición democrática hasta 1980, fue el de la configuración autonómica desde la unidad democrática y el consenso. El periodo 80-86 fue el del predominio nacionalista y la ruptura del PNV, que dio lugar a una tercera y larga etapa de coaliciones políticas (1987-1998) entre nacionalismo y socialismo vasco. Por último, acabamos de cerrar un cuarto ciclo caracterizado por la unidad del nacionalismo vasco en torno al soberanismo del Pacto de Lizarra y del plan Ibarretxe.

Todo parece indicar que se ha abierto una nueva etapa, a partir de las elecciones del 17 de abril y del recién nombrado Gobierno vasco, porque, aunque repiten Ejecutivo las mismas fuerzas y el mismo lehendakari, todos percibimos nuevos horizontes o incluso cabe decir que emergen nuevas esperanzas. Efectivamente, el marco de reformas estatutarias en el que se ha introducido la política española sustenta la oportunidad de un nuevo acuerdo autonómico vasco que consiga vertebrar el poliédrico e interminable problema de la convivencia pluriidentitaria de los vascos. A su vez, la percepción generalizada de que la violencia terrorista de ETA ha entrado en una fase terminal ha dado lugar a una renovada ilusión en la esperanza de la paz definitiva.

Sin embargo, no seré yo quien atribuya esos calificativos triunfalistas al nuevo Gobierno vasco, no por falta de ganas, sino porque me resulta imposible aplicar al comienzo de esta legislatura semejantes pronósticos. Al contrario, miro y analizo lo que ha sucedido en la investidura, examino los acontecimientos del proceso de fin de la violencia, observo el interior de los partidos, el nuevo Gobierno vasco y sus planes. Y todo me lleva a un prudente escepticismo, por no decir a una pesadísima incertidumbre. Es más, creo que hemos empezado rematadamente mal.

Yo no creo que éste sea el Gobierno de una nueva etapa. Es el mismo Gobierno, casi idéntico, que el que nos ha tenido cuatro años pendientes de un plan que pretendía resolver todos nuestros problemas políticos y que, además de no resolver ninguno, los ha agravado. Peor aún, el plan fracasó en los últimos estertores de una legislatura inútil. Al día siguiente del rechazo democrático del Congreso de los Diputados al famoso plan, Ibarretxe convoca elecciones anticipadas buscando una mayoría absoluta que le confirmara en sus proyectos. Pues bien, no sólo no la obtuvo, sino que perdió cuatro diputados y 140.000 votos. ¿Cuál ha sido la consecuencia? Ninguna. El mismo Gobierno, con el mismo programa, aunque, eso sí, con menos apoyo parlamentario. Para compensarlo, han pactado la investidura con EHAK, lo que añade mayor radicalidad nacionalista a sus fracasados planes. A su vez, EA, el socio principal del PNV, insiste en sus pretensiones independentistas reforzando sus perfiles diferenciadores del partido del que nacieron y que, no lo olviden, pretende secretamente diluir su escisión y absorberla a medio plazo.

¿Cabía un escenario diferente? Desde luego habría sido bastante más estable y muchísimo más congruente con lo que se está jugando en el tablero de la paz un gobierno de la coalición mayoritaria del PNV-EA apoyado por el PSE sobre un pacto de legislatura. Un pacto que estableciera grandes líneas de acción política en la búsqueda conjunta del final de la violencia y en la definición jurídico-política del marco autonómico, reformulado en el contexto de la reforma que ha abordado el Gobierno Zapatero. Un pacto de reconducción y de rectificación suave de la política vasca de los últimos ocho años y de lealtad y confianza del Gobierno vasco con el Gobierno del Estado en esta etapa de delicadas y complejas decisiones hacia la paz.

Reconozco que ese pacto ni era fácil ni era fácilmente explicable a los respectivos cuerpos electorales. Personalmente, comparto muchisímas dudas respecto a una alianza semejante porque los ocho últimos años de la política vasca han creado profundas desconfianzas políticas y personales entre el PNV y el PSE, pero lo que no deja de sorprenderme es que tal hipótesis no haya ocupado ni una línea del debate político previo de la investidura. Me pregunto por qué y también aquí a riesgo de simplificar creo que puede decirse con objetividad que esto no se hizo porque el PNV no ha querido. Hay efectivamente una parte del PNV que prefiere esa opción, pero en el desarrollo de los acontecimientos ha triunfado el sector que se decanta tácticamente por la unidad nacionalista (EA y Batasuna) y por la opción estratégica del soberanismo como camino de salida a la violencia y como proyecto de país. Es verdad que ese sector ha aprovechado el 'caso Atutxa' y la presentación de la candidatura de Patxi López como argumentos antisocialistas, pero me temo que su fuerza en el grupo parlamentario y en Ajuria Enea hacía imposibles otras opciones, aunque hubiera sido otra la estrategia de los socialistas vascos.

De manera que estos comienzos nos abocan a una repetición de la pasada legislatura, con algunas variantes. El Gobierno quiere pactar con todos y sortear así su minoría. Pero me pregunto para qué. Para gestionar los presupuestos y hacer cuatro leyes, puede pactar con cualquiera, es verdad, pero, eso no es lo que se espera en la Euskadi de 2005-2009. Para «liderar la normalización» el lehendakari ha creado un consejo político con Azkarraga y Madrazo y me pregunto ¿a quién se presentan esos consejeros como para liderar semejante tarea? La propia mesa de partidos que el lehendakari ha anunciado y rectificado en poco tiempo, no es factible si previamente no se pactan muchísimos flecos con todos y si la violencia no cesa. Una iniciativa de ese tipo solo puede hacerse de acuerdo con el Gobierno de España porque es su presidente quien lidera de verdad este proceso, como todo el mundo sabe. ¿Qué sentido tiene entonces comenzar la legislatura anunciando iniciativas que no dependen del Gobierno vasco y denunciando a los socialistas por supuestas conversaciones con Batasuna?

Este Gobierno no depende de sí mismo para nada. No puede liderar nada. Viene de un fracaso estrepitoso y lo repetirá otros cuatro años salvo que haya novedades en el proceso de fin de la violencia y eso no depende tampoco de él. Imaginemos que todo sigue igual, es decir, que ETA mantenga su actividad terrorista, aunque sea sin atentados mortales, pero con bombas que pueden provocarlos y con la misma retórica que la que hemos escuchado estos últimos días, expulsando de la organización a los presos discrepantes y amenazando a quienes valientemente han forjado una opción política independentista desde la condena de la violencia. Estaríamos entonces ante un falso proceso de paz, una pretensión de diálogo inaceptable democráticamente, de acuerdo con los términos de la Resolución aprobada por el Congreso de los Diputados. En ese escenario, ¿qué hace este Gobierno? ¿Vuelve a inventarse otro plan y nos entretiene y divide como en los cuatro años anteriores? ¿Seguiremos mirando al cielo mientras nuestros jóvenes licenciados se van a trabajar a Madrid y a Barcelona y Euskadi sigue perdiendo peso político y sobre todo económico en España?

Este Gobierno no tiene capacidad de iniciativa para cosas importantes y, aunque tuviera un papel, ¿es qué tiene un proyecto claro, una estabilidad suficiente como para liderar lo que reiterada y ampulosamente llaman 'la normalización'? EA e IU no se hablan. EA quiere desmarcarse del PNV por el lado nacionalista, en cuanto pueda. El PNV, a su vez, tiene una tensión interna brutal entre el sector de Egibar e Ibarretxe y el de Urkullu y Josu Jon Imaz. La pregunta es evidente: ¿Hacía dónde orientará su péndulo patriótico el PNV?

Después de la experiencia del Pacto de Estella (recuérdese el engaño de ETA y el bienio negro 2000-2001) y del fracaso del plan Ibarretxe (4 diputados y 140.000 votos menos), ¿seguirá el PNV buscando el gran acuerdo nacionalista desde el soberanismo autodeterminista? O por el contrario, ¿está dispuesto a negociar en el Parlamento una reforma estatutaria semejante a la catalana y a reforzar así el consenso estatutario de la pluralidad vasca? Éstas son las cosas que queremos saber.

Demasiadas incertidumbres como para ser optimistas. Ya lo dijo Schopenhauer o quizás simplemente lo dice un refrán marinero, «no hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige».

El Correo, 18/7/2005