1 de septiembre de 2003

Querido Mario

Sabíamos que tu vida se acortaba desde que el cáncer, esa maldita palabra que tanto tememos, esa especie de quinto jinete apocalíptico del mundo desarrollado, apareció como una nueva y desgraciadamente definitiva condena para tu vida. Una vida demasiado azarosa y breve. Te has ido, Mario, con la misma discreción y dulzura con que ibas por la vida.


Mucho antes, también fuiste condenado a muerte, pero no por la enfermedad, sino por un tribunal militar del franquismo, en el famoso juicio de Burgos. Entonces te salvamos miles de vascos, millones de españoles y de ciudadanos de todo el mundo, que presionamos al régimen hasta hacerle desistir de sus evidentes deseos represivos. Tú lo contaste en aquellas memorias que atrapaban al lector en una mezcla de divertida aventura para aquellos años de exagerado compromiso ideológico.

Te has ido Mario sin contarnos todo lo que llevabas dentro. Afortunadamente, leeremos la segunda parte de tu biografía, pero nos quedamos sin ese manantial de erudición y de imaginación creativa que te caracterizaba. Era como un vendaval. Cada mañana se acercaba a mi mesa y me proponía alguna idea genial. ¿A veces demasiada! Eran los años noventa. Acabábamos de hacer la fusión del PSE y del EE y una ilusión común nos impulsaba a liderar un cambio en Euskadi. Compartíamos una pequeña oficina en Vitoria, junto a Nerea y Javier, y juntos diseñábamos, día a día, aquella maravillosa aventura que quería convertir al nuevo partido surgido de la fusión en el partido de la mayoría de la sociedad vasca.

Un día era explicar el papel de Buesa y de Recalde en la normalización lingüística de Euskadi. Otro era conectar con Egunkaria . Otro aumentar nuestra influencia en CC OO. Otro asistir juntos a la feria del libro y música vasco de Durango. No parábamos. Éramos como una pareja de hecho, y juntos queríamos simbolizar los rasgos de un nuevo partido llamado a superar viejas dicotomías y fronteras para construir un nuevo País Vasco desde la pluralidad y la tolerancia en la paz y en el autogobierno de la Constitución.

Aquel bello y viejo sueño sigue presente, entre otras cosas porque nuestra apuesta tuvo la mala suerte del momento y de la coyuntura que fustigó al PSOE entre 1986 y 1996. Pero, sobre todo, sigue vivo porque en estos diez años transcurridos sólo vamos a peor. Por eso, querido Mario, te enfrentaste a tu pasado y proclamaste como el poeta: «Nuestros padres nos engañaron». Todos tus conocimientos históricos, todas tus experiencias políticas, todos los sentimientos de un vida tan cruzada como fue la tuya, todas tus reflexiones ideológicas, políticas o literarias, convergían en una proclama constante en defensa de la libertad, de la vida, de la ciudadanía, de la ilustración, del racionalismo que expresabas en ardorosa reivindicacion constitucional.

Al final de tu vida te llegó la cólera política. Traicionado y dolido por el giro político del nacionalismo democrático de Lizarra a Ibarretxe, tu irritación y tu enfado te llevaron a una actividad intelectual compulsiva, empeñado en escribir y describir todo lo que estaba pasando en este país que tanto amabas y por el que tanto has sufrido.

Mario lo sabía casi todo sobre Euskadi. Pero, sobre todo, sabía colocar las piezas del puzzle. Tenía unas sólidas coordenadas del espacio y del tiempo en las que situar sus conocimientos y sabía, por ello, analizar y concluir con acierto nuestra realidad. Era enormemente imaginativo, con una capacidad creadora desbordante. A veces, sus razonamientos y especulaciones iban demasiado rápido o demasiado lejos para que le entendiéramos.

Por eso Mario, además de perderte, hemos perdido esa inagotable fuente de propuestas, ideas, proclamas, caminos y banderas que sugerías en tus escritos y en tus conversaciones con todos los que te visitábamos y acabábamos hablando indefectiblemente de política, arrastrados por tu interés en trasladarnos tus sugerencias y tus convicciones. Sabías que el tiempo se acababa, ¿y tenías tantas cosas que decirnos! Cada vez que hablábamos de tus proyectos literarios aparecían cuatro o cinco libros en ciernes, y si la vida te hubiera sido más fiel, habrías escrito cincuenta.

Mario era, además, un hombre bueno. Adornado de un aura marciana de bondad natural. Imbuido de una mirada tranquila, tolerante y apacible hacia el otro. Envuelto en una filosofía permisiva, respetuosa y no competitiva que lo hacían amable y afectuoso, sencillo y bonachón.

A la muerte nada hay que oponer, llega y nos deja entre lágrimas y recuerdos, entre pena y dolor. A ti Mario, te ha llegado demasiado pronto, ahora que vivías feliz con Esozi y tus niños. Ahora que estabas tan pleno de experiencia y de saberes, de ideas y de convicciones. Ahora que te queríamos todos tanto. Agur Mario, nos dejas tus recuerdos y tus libros. Y, sobre todo, el orgullo grande de haberte conocido y de haber sido uno de los nuestros.

El Correo, 1/9/2003